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La llamada de la historia

Confucio

Pensador y filósofo chino

Confucio

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05:05

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Madrid

Lo bueno de mi historia es que se habló de mí una vez muerto, pero bien muerto. Mis inicios eran favorables, porque nací en una familia noble y preciosa. Pero mi padre falleció cuando yo tenía tres años y me tocó aprenderlo todo solo. Estudioso y autodidacta, he leído sobre mí. Superviviente, diría yo.

 Trabajé como funcionario primero, llegando a ser ministro de Justicia después, pero dimití, porque no estaba de acuerdo con cómo funcionaban las cosas. Tanto es así que dejé la política a un lado. Este hecho he de reconocer que me hizo sentir fracasado el resto de mis días, porque siempre creí que involucrarse en política tenía que ver con ser una persona de bien, que quiere lo mejor para él y para los demás, y que es obligación del que puede, ayudar políticamente para que todos vivamos mejor. Lo intenté, pero no pude, y esto me hizo daño.

Me dediqué entonces a viajar, a repartir mis ideas y pensamientos. En un primer momento, estaban estas reflexiones orientadas a un sector de la población que pudiera pagar mis clases, pero pronto ocurrió de manera natural que todas las masas se interesaban por lo que decía. Dicen que fui el primer maestro privado. Ya les han advertido que en esta madrugada nos trasladamos bien bien lejos en la línea cronológica.

Nunca escribí nada, solo hablaba y departía con quien se acercaba a mí. Por cierto que mis discípulos eran más bien pocos...Nunca se me ocurrió dejar nada escrito, pero fueron ellos los que recogieron mis enseñanzas en una obra completa, llena de máximas, frases, anécdotas y pequeñas historias.

Fue tras mi muerte cuando la fama creció, llegando a crear una religión bajo en paraguas de mi nombre, cuando yo no me había parado demasiado en la figura de dios, ni en el más allá. Mis dogmas no eran de fe. Lo que quería o pretendía yo era mejorar y renovar la sociedad. Por eso, me paré en la moral, en la ética, en la rectitud. Todo lo práctico, lo que cada uno pueda practicar cada día en su entorno.

Sucedió así porque entonces reinaba un caos que perjudicaba a todos, y pretendí echar la vista atrás y volver a la Edad Dorada del imperio, donde las virtudes así lo eran, sin confusión. El desorden caracterizaba la época y no había modelos morales en los que mirarse.

Mucho se ha dicho sobre mis reflexiones sobre la autoridad. Creo que debemos ser sumisos ante los que mandan más, pero también creo que así como los ciudadanos deben obedecer al emperador, el emperador debería gobernar en beneficio del pueblo. Todo basado en el equilibrio y el orden que reinan en el universo, porque es eso lo que debemos imitar.

Mi filosofía fue tachada de conservadora, pero fue revolucionaria si atendemos bien a las fechas de las que hablamos y también si pensamos en que lo que hacía con esta reflexión era exigir justicia a los dirigentes.

Pero el gran valor sobre el que insistí una y otra vez fue el poder del ejemplo. Esos dirigentes de los que hablamos solo pueden ser grandes si llevan vidas ejemplares. No se puede hablar sin hacer. Sino, ¿en qué se fijan los ciudadanos? Creo que esto, dicho y pensado hace siglos es actual para ustedes ahora, en el momento y el lugar donde se encuentran. Piénsenlo.

Me gustaría recordar que no soy ni fui profeta, que no fui más que un hombre reflexivo al que dieron importancia tres siglos después de su muerte.  

Adriana Mourelos

Adriana Mourelos

En El Faro desde el origen del programa en 2018. Anteriormente, en Hablar por Hablar, como redactora...

 
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