Perder bien

Madrid

Eurocopa y elecciones. El interés de los españoles va a depender de qué se les coloque en el prime-time. A veces el cansancio de la gente llega hasta tal punto que lo único que hace es ponerse delante de la televisión a consumir lo que le echen. En el caso de estas dos competiciones que empiezan hoy hay, además, paralelismos bastante patrióticos. Uno de ellos, quizás el más impresionante, es el de la expectativa. Todo lo que empieza tiene que acabar bien y a ello se consagra la esperanza. En ese sentido somos unos grandes creadores de atmósferas, de caldos de cultivo. El español por definición construye muy bien el marco, fabrica el contexto y termina diseñando un ambiente muy festivo y muy optimista de todo. En la política y en el fútbol, seas de quien seas, no se concibe nunca otra cosa que no sea la victoria. Esto genera otro paralelismo importante entre la Eurocopa y la campaña que vamos a poder observar, que tiene que ver con el resultado. No conozco a nadie que no sea resultadista. Ni tengo intención de conocerlo ahora. Pero a lo que me refiero no tiene tanto que ver con el resultado como con la frustración, o mejor aún, la gestión de la frustración.

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Cuando uno crea un estado de ánimo artificial, un estado de ánimo por ejemplo como el de la ilusión, luego tiene que negociar con el resultado, o sea con la derrota. Eso en fútbol es fácil porque tradicionalmente se lapida al seleccionador, pero en política antes de cargarse al candidato hay que ponerse a construir otro escenario. En la Eurocopa la derrota es fácil de detectar: quien pierda se va para casa. En las elecciones, no. Son como el EGM: no basta con perder, tiene que parecer además que pierdes. En las elecciones se puede gestionar tan bien la derrota que a veces el mayor perdedor termina gobernando. Y esa es la gran lección de un día como hoy: en la Eurocopa cuando pierdes te vas para casa, y en las elecciones, si pierdes bien, te expulsan a la Moncloa.