La obligación moral

Madrid

Los tres grandes reportajes publicados por Mario Vargas Llosa en el diario El País son un magnífico ejemplo de gran periodismo. Vargas Llosa acude a los territorios palestinos que controla Israel y cuenta lo que ve: el espanto de la ocupación y el daño terrible que está provocando la colonización de esos territorios, una colonización que está absolutamente prohibida por el derecho internacional y que, sin embargo, Israel practica desde hace años, ante la inoperancia internacional.

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Vargas Llosa ha sido siempre un amigo de Israel, pero se siente obligado a comprometerse en la denuncia de lo que considera abusos terribles. Le mueve no solo el deber moral de no callarse ante ese horror continuado, la obligación moral de no permanecer en silencio cuando ante sus ojos se planifica cómo someter, mediante el pánico y el acoso permanente, a poblaciones civiles que no han cometido delito alguno, sino el deseo ardiente de que Israel, un país que ama, reaccione, por fin, algún día. El premio nobel relata, con la crudeza de los hechos escuetos, los tribunales militares que juzgan a niños palestinos de entre 12 y 17 años. Se detiene con minuciosidad en los protocolos que siguen los servicios de inteligencia destinados a convertir a adolescentes aterrorizados en informantes que destrozan su vida en el camino. Vargas Llosa no nos ahorra nada. Nos obliga a mirar donde no queremos, a compartir el dolor de quienes no queremos ver y pide a los israelíes que no se hundan en un mundo inhumano, que no sigan el camino del colonialismo prepotente y cruel. Es posible que su voz no tenga eco. Pero Vargas Llosa habrá cumplido con su obligación moral. No todos pueden decir lo mismo.