La pobre Laura
Se sienta junto a ella, pide disculpas porque le roza las rodillas al pasar a la ventana

Madrid
Laura, la pobre Laura, como la llaman sus amigos. Desde hace tres años vive solo para el trabajo. Hace bien, le dicen unos, está en la edad. La explotan, le aconsejan otros. Están las cosas como para quejarse, dicen sus padres. Ella no opina. Ella solo sabe que se siente agotada de la mañana a la noche, que se ha hecho una experta en el manejo de maletas y que los hoteles se han convertido en su casa. Hoteles que no son como sus amigos imaginan, porque también de eso hay, los que dicen que al menos tiene trabajo, que menuda vida, que se pasa el día viajando…
Esa mañana regresa a su ciudad en tren, ha tenido que comprar un billete de preferente, pasillo, porque no quedaba plaza en turista. El ordenador desplegado, aún ha de preparar una reunión. Entonces, en la siguiente estación sube él. Se sienta junto a ella, pide disculpas porque le roza las rodillas al pasar a la ventana. Laura no se atreve a mirarle. Sabe con dolorosa lucidez que está enrojeciendo. ¿Qué debe hacer? ¿Debe preguntarle si él es él?, ¿confesarle que le admira profundamente? Con las piernas muy juntas mantiene la cabeza baja. Una hora más tarde él se va. -Adiós, preciosa- le dice, mientras roza de nuevo sus rodillas. Ella lo ve alejarse, le palpita el corazón. Sus amigos no van a creérselo, piensa. No van a creérselo.




