40 segundos
Con unos guantes blancos muy finos, Sandy repasa el delicado tejido de seda, aparta una organza que le estorba, y asegura las perlas diminutas que ha aplicado, una a una, durante los últimos días

Madrid
Con unos guantes blancos muy finos, Sandy repasa el delicado tejido de seda, aparta una organza que le estorba, y asegura las perlas diminutas que ha aplicado, una a una, durante los últimos días. El verano finaliza, hace mucho calor, y una gota de sudor puede estropear todo el efecto y arruinar todo el trabajo. Sabe que es una obra hermosa, pero le ha dedicado tanto esfuerzo que ni siquiera puede verla en su totalidad, sólo las pocas pulgadas que, cada vez, cada día, completa.
Esa misma tarde recogen el vestido, y una semana más Nueva York se paraliza. Llegan actrices tras sus gafas de sol, famosos efímeros, diseñadores y modelos mínimas e infinitas. Sobre la pasarela, una joven avanza sin duda, al encuentro de alguien invisible. Se detiene al extremo del recorrido ante los fotógrafos, gira, y regresa.
Sandy señala la pantalla de la tablet donde sigue el desfile en directo, e indica a su familia, con toda precisión, qué parte de esos doce vestidos ha bordado, y todos callan, admirados. No lo entienden del todo. Luego, contagiada por la emoción, por el cansancio, porque por fin puede ver la belleza de su trabajo, solo quiere irse a la cama para no pensar, para no comprobar que esas semanas de dejarse los ojos sobre una tela son devoradas en cuarenta segundos, cuarenta segundos de nada parapor los ojos hambrientos de novedades de los espectadores.




