Abril en Estambul
Han pasado más de quince años desde aquel abril en Estambul, y no he regresado nunca, aunque sí he vuelto en sueños, muchas veces

Madrid
El aire pesado de la ciudad en Abril, el asfalto caliente. Los cortadores de kebab en las esquinas, los barrotes plateados de mi cama, las lámparas polvorientas; las muchachas con cucuruchos de pistachos, la tristeza casi animal de muchas mujeres, muy jóvenes, y muy gordas, cubiertas por guardapolvos de colores pastel y pañuelos en la cabeza, mientras vigilaban a sus hijos, como árboles de un extraño jardín urbano. Mi deslumbramiento de nueva turista al ver las fuentes rodeadas de hiedra y de buganvillas, el esplendor de los kilims, las especias expuestas, todo menos hermoso, pero más crudo, y mucho más intenso de lo que me había imaginado. El agudo que se perdía en el infinito, las llamadas a la oración que se sucedían en cadencia desde mezquitas invisibles, algunas sensuales, pese a lo opaco del idioma, otras, bellas como cantos gregorianos. Las miradas apasionadas a los tobillos, que mis faldas apenas descubrían. Es curioso: no tengo memoria, ni antes ni después, de haber incendiado deseos semejantes.
Han pasado más de quince años desde aquel abril en Estambul, y no he regresado nunca, aunque sí he vuelto en sueños, muchas veces. Entonces era mucho más joven, y mucho más enérgica.
Yo no era yo. No sabía qué era. Empezaba entonces a saber quién era. Faltaban aún tantas cosas por saber...




