El vampiro o la oligarquía
Madrid
Tras enamorarte del romántico vengador deforme, sufrir los experimentos del científico loco y caer en la trampa del asesino en serie psicópata, ha llegado el turno del último villano, un ser eterno y sobrenatural que te subyugará: el vampiro. Déjate llevar por el seductor discurso de nuestro experto, Jesús Palacios.
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Las cuatro caras del mal (IV): El vampiro o la oligarquía
“El arquetipo del vampiro posee tal cantidad de connotaciones y admite tantas interpretaciones que puede considerarse como un personaje polisémico, si bien buena parte de estas posibles interpretaciones pasan por constatar su naturaleza rapaz, de sanguijuela que sangra –literal y metafóricamente– a sus víctimas.
En el mito clásico se aprovecha de su poder superior para extraer la sangre de éstas, aunque en versiones menos canónicas su linimento es el fluido vital, la energía ('prana') o la personalidad de la presa.
Teniendo carácter aristocrático, tanto en la realidad de ciertos personajes históricos legendarios –Gilles de Rais, la Condesa Báthory o Vlad Tepes– como en la ficción literaria que origina el mito moderno –Lord Ruthven o Drácula–, la aproximación marxista o al menos sociopolítica al vampiro ha sido una de las más recurrentes dentro de la crítica y la semiótica aplicadas al mismo.
Tanto su actitud de superioridad como la pertenencia a una jerarquía propia del Antiguo Régimen o la sociedad feudal facilitan su adscripción a las clases explotadoras, antaño la nobleza, hoy la oligarquía bancaria o empresarial.
Su naturaleza vampírica es perfectamente interpretable como metáfora fantástica del ansia explotadora del magnate moderno –o antiguo–, y sus prácticas de expolio, abuso y usura hacia las clases trabajadoras.
Esta interpretación del vampiro, apartada de la versión romantizada y rosa de la ficción juvenil y feminizada de las últimas décadas, se encarna en la actualidad antes en villanos de la 'Jet set', yuppies y magnates despiadados, que en genuinos chupasangre sobrenaturales.
Alcanza su máxima expresión cuando se desvela como metáfora de la sociedad de consumo misma, con su implacable maquinaria de explotación y sangrado del ciudadano medio, al que extrae no sólo su dinero, su trabajo y su vida, sino incluso el alma.
Drácula es, qué duda cabe y con permiso de Polidori, el primer vampiro de la literatura y la cultura popular modernas. Su creador, Bram Stoker, consciente e inconscientemente reflejó en él muchas de las ansiedades, miedos y temores de su época finisecular, cargándolo de connotaciones eróticas y sexuales.
Implican el temor ante la progresiva emancipación de la mujer y el reconocimiento implícito de una sexualidad secreta oculta tras el aparente orden puritano de la era victoriana.
Es una lectura sociopolítica que va desde la expresión inconsciente de una profunda xenofobia y miedo racista al extranjero –la invasión oriental–, que sirve como justificación del imperialismo británico, hasta la que aquí más nos interesa: la explotación del inferior por parte de un noble de raigambre aristocrática, un tirano medieval de sangre pura y azul, acostumbrado a servirse de sus inferiores no sólo como esclavos – véase el personaje de Renfield– sino incluso como alimento. El vampiro marxista había nacido.
Charles Foster Kane. Aunque quizá pueda parecer exagerado considerar al protagonista de la mítica y revolucionaria Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) un villano vampírico. Si se examina con la lente apropiada su figura resulta sorprendentemente próxima al arquetipo.
Al igual que Drácula se inspira en un personaje real, en este caso el magnate de la prensa americana William Randolph Hearst. Como éste, no duda en esclavizar, traicionar y explotar a quienes le rodean, especialmente a su mejor amigo y a su esposa –equivalentes de Renfield, a quien Drácula traiciona sin piedad, y Mina Harker, a la que intenta convertir en sumisa esclava–. El vampiro más romántico acaba condenado a la soledad, incapaz de encontrar la paz debido a su hambre insaciable y devoradora.
Vive como Drácula en una fortaleza gótica, oscura y llena de recuerdos de sus glorias pasadas. Su inmensa fortuna y su personalidad dominante y excesiva se fundamentan en imponer la fuerza de su voluntad a todos quienes le rodean, sin importarle provocar o aprovecharse de tragedias personales e incluso globales –la guerra misma–, alimentando su ego con la muerte, la desgracia y la sangre.
Si en lugar de por un tratamiento argumental melodramático Welles hubiera optado por otro fantástico o criminal, sin duda Charles Foster Kane habría sido un supervillano vampírico ejemplar.
Patrick Bateman es el nieto bastardo y rebelde de Kane. Creado por Brett Easton Ellis en su novela Las leyes de la atracción, donde aparece como personaje secundario, se convertiría en mito y símbolo definitivo de la sociedad contemporánea capitalista y consumista gracias a la obra maestra de su autor, American Psycho, una de las cumbres de la literatura de la segunda mitad del siglo XX.
Es un yupi que trabaja para una firma ficticia de Wall Street como agente de bolsa, procede de una familia rica y estudió en los colegios más elitistas. Vive en un lujoso apartamento del Upper West Side rodeado de todos los objetos de consumo de lujo que pueda desear que compra de forma compulsiva, es sexoadicto y aficionado a todo tipo de drogas, desprecia abiertamente a quienes le rodean y se erige como monumento viviente del hedonismo moderno.
Además, lleva una doble vida como asesino en serie psicópata que viola, tortura, mutila e incluso devora a sus víctimas, poniendo en evidencia la naturaleza sociópata y vampírica del homo capitalisisticus moderno. Entre la sátira, el escándalo, la épica pop, el horror y el humor negro, Ellis creó al definitivo vampiro contemporáneo.
Elliot Carver, el supervillano de El mañana nunca muere (Tomorrow Never Dies, 1997) , una de las mejores entregas de la saga Bond de entre las protagonizadas por Pierce Brosnan, es una suerte de aggiornamiento de Charles Foster Kane al mundo de las telecomunicaciones, las redes sociales y la globalización.
Visiblemente inspirado en magnates de internet como Bill Gates o Steve Jobs, Carver es un obseso de la información, medio y fin para alcanzar y ostentar el poder absoluto en el siglo XXI. Atesorando la información a través de la globalización y las redes sociales, manipulándola y alimentándose con ella, Carver está dispuesto incluso a iniciar una Tercera Guerra Mundial, llevando el ejemplo de Hearst y su Guerra de Cuba hasta el extremo.
Representa el lado más oscuro de internet, mostrando las posibilidades conspiratorias del ciberespacio y las autopistas de la (des)información, convirtiendo el flujo de información mismo en la nueva sangre que el vampiro moderno debe extraer de la realidad e inocular con sus virus –literales y metafóricos- para manipular y explotar a los ciudadanos e incluso a los gobiernos, aparentando respetar las leyes del juego democrático. Por fin Kane se revela como villano pulp.
'The Matrix' es la ‘megamáquina’ universal que tiraniza sibilinamente a la humanidad sin su conocimiento en la trilogía creada por los herman@s Wachowski justo al final del milenio y siglo pasados.
Es el epígono apocalíptico del vampirismo como metáfora de la oligarquía explotadora, que prescinde ya por completo de rostro humano alguno –salvo para presentarse como simulacro: Mr. Smith– y puede servir tanto de símbolo para el capitalismo extremo neoliberal como para las formas perversas de comunismo estatal.
Ambas, como bien sabía el pensador americano Lewis Mumford, fundamentadas en la ‘megamáquina’ y en la concepción del ser humano como mero engranaje de la misma –una pila energética en el universo 'Matrix', lo que refuerza su carácter vampírico–, deshumanizado, explotado y cosificado pero al tiempo consolado por los bombones envenenados de la sociedad de consumo, la deificación capitalista del ocio o la protección no menos venenosa del estado-padre absolutista –la realidad virtual simulada en que viven las pilas humanas–.
De Drácula a 'Matrix' pasamos del vampiro como explotador a la sociedad misma como vampiro, donde la explotación es ya el único código social inteligible y la única forma de vida posible”.
Jesús Palacios