Luna de miel
Era su viaje de novios, ¿cómo podían perderle la maleta?

Madrid
Increíble. Increíble. Le habían extraviado la maleta. La suya, ni siquiera la de su marido. Se dirigió al mostrador, gritó, invocó, suplicó… Era su viaje de novios, ¿cómo podían perderle la maleta? Quiso hablar con los supervisores, pero estaban demasiado ocupados. Las azafatas de tierra no le ofrecían la menor solución, corrían de un lado para otro atareadas, o fingían estarlo. Intentó hablar con la compañía, mover hilos, sin resultado. Y ahora se encontraban en un país desconocido, a punto de embarcarse en un crucero, con una maleta llena de camisas de hombre y ni un solo bikini.
Se había imaginado las fotografías inolvidables, las puestas de sol con cada uno de los conjuntos que habían planeado con toda ilusión los días antes.¡El vestido de lentejuelas para la cena del capitán!¡Las planchas del pelo! Prefería no pensarlo. Se le deslizaron dos lagrimones hasta la barbilla.
Si se hubiera dejado llevar por sus impulsos, hubiera mordido a alguien. Igual estaba a tiempo. Miró alrededor en busca de ayuda, pero todos los responsables evitaban con todo cuidado entablar contacto visual. Agotada, se dirigió hacia su marido y reclinó su cabeza en el hombro masculino.
-¿Sabes? -dijo-, juro aquí y ahora que cuando algún viajero vuelva a quejarse porque le hemos perdido la maleta, le escucharé con paciencia y una sonrisa.
-Yo también -dijo su marido, que era piloto-. Yo también, mi amor.




