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Senador McCarthy

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Madrid

Todo lo que voy a contar a continuación puede tener parte de verdad y parte de ficción. He rimado queriendo, siento que puedo estar dando un discurso. La realidad es la que yo he adquirido como mía. El origen es lo que traía de serie: familia numerosa, criado en una granja, dejó los estudios para ayudar en casa. Ese soy yo. El mismo que cuando pude regresar al instituto conseguí graduarme en tan solo un año. Igual le suena mal que sea yo quien lo diga. Lo siento. O no.

Una ingeniería fue mi primera idea, que no vocación, así que pasé pronto al Derecho. Y mi vida política fue temprana: me presenté por el Partido Demócrata para fiscal, pero éste no era mi momento. Y lo del Partido Demócrata es un mero despiste. A juez llegué sin mano política, y pronto. Había mucho por hacer y me puse a ello, aunque tampoco esta agilidad de trámites parecía gustar a los de mi alrededor, preocupados ellos por mi rapidez como síntoma de poca calidad.

El Cuerpo de Marines me acogió ya con galones en el uniforme, pero a mí siempre me gustó contar que empecé como soldado raso, y mi herida de guerra salió de una fiesta de novatadas, pero fue allí, a quién le importa nada. Cada uno cuenta su historia como quiere. Decíamos que esto era el origen. Ahora, charlemos de lo importante, al menos, de lo que me hizo convertirme en un personaje importante y conocido, cuando ya había pasado un tiempo desde que me habían nombrado senador (republicano, por cierto, ya les dije que lo del Partido Demócrata no fue más que un despiste).

Lo que quise fue mostrar al mundo, especialmente a mi país, a los traidores. A los que nos estaban traicionando desde dentro, a los comunistas infiltrados, seamos claros. Era un momento delicado: la Guerra Fría, la guerra de Corea...Y me propuse descubrir quiénes eran los que hacían daño. Los que nos hacían daño. Todo esto hay que entenderlo desde una perspectiva de defensa: la defensa de los valores de mi país, de los auténticos valores de un país tan grande. Eran investigaciones, eran procesos de localización de personas que podían hacer daño, o que ya lo estaban haciendo.

Las acusaciones, estarán de acuerdo conmigo, eran necesarias: deslealtad, subversión, poco amor a la patria. Traición. Empecé denunciando una conspiración comunista en el mismo departamento del estado de Wisconsin donde era senador. Cierto es que quizás no hubo demasiado tacto. Ni tampoco presunción de inocencia: si creíamos que nos hallábamos ante un traidor, lo acusábamos, y era él quién debía desmentir o reconocer. Reconocer era una buena idea, porque podían evitar su culpa delantando a sus iguales: su impunidad a cambio de más nombres. Estaba bien pensado.

Mi capacidad de influencia llegó pronto, incluso a las altas esferas del poder, como el secretario de Estado, quien se deshizo de algunos de sus colaboradores por desconfianza. Tantas críticas recibí y sin embargo hubo quien me hizo caso, y fueron más de uno y más de dos. Cuando más avanzaban mis investigaciones, cuando teníamos sobre la mesa nombres que llegaban hasta de Hollywood: desde Charles Chaplin hasta escritores como Bertolt Bretch. Los Diez de Hollywood fue una famosa lista. Empezó entonces a hablarse mucho de mis técnicas, de mis modos de investigación, usaron incluso mi apellido para denunciar mis supuestos excesos. Los símiles con la caza de brujas, la obra de Arthur Miller, y ese periodistucho...Edward Murrow y su programa de televisión empezaron a hacer demasiado ruido. Tanto que se pidió mi cabeza.

Influyó también que quise meter mano dentro del ejército: ahí también había traidores y quería dar sus nombres. Fui expulsado en una moción de censura. Me dieron de lado. A mí, que luché por ellos, por mi país, porque no estuvieran dentro los que debían estar fuera. Terminé como una estrella de Hollywood de esas que puse en lista negra: ingresado con problemas con el alcohol. 48 años. Descanse en paz.

Adriana Mourelos

Adriana Mourelos

En El Faro desde el origen del programa en 2018. Anteriormente, en Hablar por Hablar, como redactora...

 
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