Diciembre

Madrid

Estos días de diciempre despierto y por un momento no recuerdo dónde estoy. Escucho la respiración de Charo a mi lado, oigo algún ruido sordo en la habitación de los chicos, y entonces me ubico, recupero mi nombre, mi casa, mi vida, y al mismo tiempo que regresa con solidez la conciencia de quién soyse asienta en mi estómago un peso inmenso, que me hace encogerme, como si me propinaran un puñetazo.

Con el primer café la impresión se atenúa, y en el trabajo me siento ya bastante bien, incluso animado. Pero en la pausa para la comida regresa el malestar. A veces aparto el plato y me como solo la manzana.

El caso es que ahora todo está bien, se ha salvado la empresa, hay otro optimismo en los pasillos, y en el almacén, sobre todo, donde todos se veían ya en la calle. Llegan los encargos, nos mantienen ocupados, no debería sentirme así en absoluto. El día en que nos dieron las buenas noticias se abrió una botella de cava en mi sección, bebimos todos a sorbitos de vasos de plástico, qué peso nos hemos quitado de encima, dijimos todos.

Pero algo ha fallado conmigo. Yo sigo con el estómago arrugado, con la respiración agitada cuando me despierto. Tú no estás bien, tú me ocultas algo, me dice Charo. Te juro que no. Todo está bien, el peligro ha pasado. Pero yo siento un muelle cedido dentro, entre los pulmones, algo que se ha dado de sí, como si hubiera soportado demasiado peso demasiado tiempo.