La buena salud del cine musical
Aprovechando el estreno de “La La Land, la ciudad de las estrellas” echamos la vista atrás para ver cómo le ha ido al género musical en las últimas décadas.
Madrid
En 1998 la Academia de Hollywood concedió un Oscar honorífico por toda su carrera a Stanley Donen, el último genio del cine musical que aún queda vivo. En la sala de prensa le preguntaron ¿Por qué ya no se hacen grandes musicales como antaño? “Antes teníamos a Gene Kelly, a Judy Gardland o a Fred Astaire” –contestó el viejo maestro– “en los estudios había en nómina docenas de coreógrafos, músicos o bailarines. Ahora no tenemos nada de esto. La época del musical ha pasado”. Los datos le daban la razón. En 1943, por ejemplo, el cine americano produjo 65 películas musicales. A principios de los 70 esa cifra se había reducido a dos, uno o ninguno por año.
Sucedió Una Noche (15/1/2017): Musicales en el S.XXI
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Algunos expertos fechan la muerte del musical clásico en 1956 con el estreno de “Una cara con ángel”, precisamente de Donen. Otros la retrasan unos años, con “West side story”, “Sonrisas y lágrimas” y “My fair lady” como los últimos grandes musicales de Hollywood. El género de los sueños por excelencia entró en decadencia con la crisis del Sistema de Estudios y cuando sus historias, tradicionalmente almibaradas e intrascendentes, empezaron a chocar con la nueva mentalidad del público de los años 60. A partir de entonces hay que hablar más bien de “películas con canciones” que de musicales propiamente dichos.
Aunque, claro, hay excepciones. Bob Fosse fue el último gran talento del cine musical y “Cabaret” y “Empieza el espectáculo” sus dos obras maestras. Durante los años 70 y 80 hubo también algunas películas del género que dejaron buenos dividendos en taquilla. Títulos como “Grease”, “Fama” o “Flashdance”, pero por lo general las productoras huían de los proyectos musicales como de la peste. Todos los intentos por renovar el género fracasaban. Fue el caso de “Corazonada” de Francis Ford Coppola que llevó a su director a la ruina y a la depresión.
Pero a mitad de la década de los 90 algo empezó a cambiar. Varios directores, no precisamente especialistas, se acercaron al género desde el homenaje o la parodia. Los hermanos Coen utilizaban la música del profundo sur norteamericano en “O Brother”; Woody Allen los clásicos de la era del swing en “Todos dicen I love you”; y en “Trabajos de amor perdidos” Kenneth Branagh intentaba el más difícil todavía: unir a Shakespeare con Cole Porter. Pero fue precisamente Lars Von Trier, el hombre que renegaba de la música en la pantalla en su manifiesto Dogma 95, el que abrió nuevos caminos con “Bailar en la oscuridad”, una película que mezclaba tragedia con canciones y adaptaba visual y musicalmente el género a los nuevos tiempos.
“Bailar en la oscuridad” ganó la Palma de Oro en el festival de Cannes de 2000 y su protagonista, la cantante Bjork , el premio a la mejor actriz. El reconocimiento de la crítica ya estaba, ahora faltaba el del público, y este llegó en 2001 con el estreno de “Moulin Rouge”, una película que dinamitaba por completo las convenciones del género. El taquillazo hizo lo dejaba claro, el musical estaba de vuelta.
Una tendencia que se confirmaría al año siguiente con “Chicago”. Con su mezcla de viejos y nuevos estilos, la película ganó en 2003 el Oscar al mejor film, algo que no ocurría desde que en 1969 “Oliver” de Carol Reed ganara el premio. Joel Grey y Liza Minnelli en 1973 habían sido los últimos intérpretes del género en conseguirlo por “Cabaret”. Con el nuevo siglo los actores cantantes volvían a contar para la Academia. Catherine Zeta Jones lo ganaba por “Chicago”, Jennifer Hudson por “Dreamgirls” y Marion Cotillard se llevaba su estatuilla a Francia dando vida a Edith Piaff en “La vida en rosa”.
En los últimos años se han estrenado un gran número de películas musicales: “Hairspray”, “Sweeney Todd”, “Nine”, “Los productores”, “El fantasma de la ópera”, “Los miserables”, “Into the wood”... Un estilo cada vez más en auge es el jamado jukebox musical. Se trata de musicales que se nutren de versiones de grandes éxitos del rock y del pop. Por ejemplo, la película “La era del rock” protagonizada por Tom Cruise o Alec Baldwin tiraba de repertorio heavy principalmente y en España el director Emilio Martínez Lázaro llenaba de clásicos del pop español de los 80 su “Al otro lado de la cama.” El jukebox musical también se centra en grupos concretos. Los Beatles en “Across the Universe”, Los Proclaimers en “Amanece en Edinburgo” o las canciones de Abba en “Mamma Mía”.
Ahora llega “La La Land, La ciudad de las estrellas”, la gran triunfadorea de los Globos de Oro y una de las favoritas para los Oscar de este año. Y hay otros proyectos en marcha. Rob Marshall, el director de “Chicago”, trabaja en la continuación de “Mary Poppins”; Tom Hopper, el de “Los miserables”, llevará a la pantalla grande “Cats” y Stephen Daldry, el de “Billy Elliott”, adaptará al cine el musical de Broadway “Wicked”. El cine musical goza de buena salud en la actualidad y se renueva constantemente para no volver a caer en el olvido como ocurrió a finales del siglo pasado. Al fin y al cabo, como dice Rob Marshall, las canciones y los bailes son instrumentos tan válidos como cualquier otro para contar una buena historia: “Alguna gente cree que los musicales son un género distinto y hay que abordarlos de forma especial pero en realidad hay que tratarlos como cualquier otra historia dramática. Es decir, en vez de un monólogo tienes una canción. Yo creo que lo más importante en un musical es que las canciones estén integradas orgánicamente en la historia y que la historia sea a su vez parte de los números musicales de forma que no puedan separarse.”
Antonio Martínez
Lleva más de 30 años en la SER hablando de cine y de música. Primero en 'El cine de Lo que yo te diga',...