Fuera

Madrid

No sé por qué compro estas revistas: tampoco sé por qué como gominolas, pero compro las dos cosas de la misma manera, más de las que necesito; luego las engullo a manos llenas, y me causan primero un malestar difuso, luego un dolor bien localizado. En la tripa. En el alma.

¿Por qué me pasa esto? Esta necesidad de soñar, de escaparme fuera de mi vida, de mi cuerpo. Sobrevuelo todo, me pierdo en fantasías, observo todo desde una altura ideal, como si no me concerniera. Después caigo en picado, y de mal humor. Pago un precio muy alto por esos sueños, y lo sé, y aún así, repito cada semana, sobre todo cuando el día ha sido duro, y necesito algo que me lo endulce. Las chucherías, o las vidas ajenas que parecen perfectas.

Pero no solo me ocurre con las revistas: si me fuera posible conformarme con la realidad hace tiempo que estaría casada. O que me hubiera mudado de casa. O que hubiera perdido el miedo a viajar, y tendría bonitos recuerdos, en lugar de vacaciones idénticas todos los años, con mi familia. Debe de tener algún nombre: igual es una enfermedad, y no lo sé. La enfermedad de los sueños locos. El síndrome de la fantasía desatada. O a lo mejor le ponen mi nombre.

No sé por qué las compro. La mitad son mentiras, la otra mitad, una vida privilegiada que no tendré nunca. Gente de plástico con vidas de fábula. Pero mis sueños son libres. Y mientras sueño, qué alto vuelo.