¿Un plagio a si mismo?

Madrid

En Pamplona ha empezado el juicio de Ricardo Bermejo, actual propietario de Kukusumuxu, la marca internacional de dibujos de San Fermín, contra Mikel Urmeneta, fundador de la marca. Es algo más que un juicio porque la sentencia puede sentar un precedente inquietante en relación a la propiedad intelectual. Urmeneta inventa Kukusumuxu en 1989 y muy pronto sus dibujos -especialmente el del toro azul de cuernos amarillos- dan la vuelta al mundo. Hace unos años, durante la crisis, Urmeneta se queda con un 33% de las acciones de la empresa y entra un publicista, Ricardo Bermejo, que inyecta dinero y se queda con la mayoría de las acciones.

Ahora Mikel Urmeneta considera que los personajes creados por él son suyos, que tiene derecho a seguir dibujándolos. El propietario de Kukuxumuxu dice que no. Por eso le denuncia, porque Urmeneta crea una nueva firma, Katuki Saguyaki, con la que vender productos del mismo estilo, con la misma iconografía y personajes que él había creado en Kukuxumuxu. Y unos días antes del chupinazo, un auto judicial le impide la venta de los diseños porque “eran copias o transformaciones de aquellos que fueron cedidos en exclusiva a la Kukuxumusu”.

Urmenete defiende que el nuevo propietario tiene derecho sobre los 15.000 dibujos de Kukuxumusu sobre su fundación: sobre los dibujos ya hechos sí, pero no sobre la idea abstracta de la creación. El abogado de Urmeneta preguntó por ejemplo si Tintín en el Tibet era una transformación de Tintín en el país de los soviets. Defendía por tanto que no era copia ni adaptación, sino una creación diferente. Por eso es tan interesante este juicio y por eso puede tener tantas consecuencias. No sólo porque se diga cuándo algo deja de ser copia para ser creación. Sino cuándo uno puede ser acusado de plagiarse a sí mismo y renunciar o no a su esencia artística, a aquello que mejor hacer porque se alega que ha vendido no sus dibujos concretos sino su inspiración.