"Fascista, mierda, fuera de Cataluña"
Cuenta Ana Magaldi que se le encararon varios manifestantes de los que habían acudido a protestar por el juicio, que la llamaron fascista y mierda, que le gritaron que se fuera de Cataluña
Pepa Bueno: 'Fascista, mierda, fuera de Cataluña'
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Madrid
Supongo que a estas alturas han oído ya a la fiscal jefe de Barcelona contar el encontronazo que tuvo a la salida del Palacio de Justicia el día que juzgaron a Artur Mas por desobediencia. Cuenta ella que al salir se le encararon varios manifestantes de los que habían acudido a protestar por el juicio, que la llamaron fascista y mierda, que le gritaron que se fuera de Cataluña y que uno de ellos se le encaró con cara de odio y temió llevarse una colleja. Por lo que ella misma cuenta, el incidente no pasó de ahí, protegida por un mosso que se le acercó. Pero más allá del episodio concreto, en todos los grupos humanos hay minorías exaltadas que por fortuna no representan a la mayoría.
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Lo más interesante de la denuncia pública de la Fiscal fue escucharla en voz alta explicar por qué no buscó una puerta lateral, por qué decidió bajar las escaleras de la puerta principal y su estupor al tropezar con el odio: “Tenía claro que no podía seguir bajando las escaleras con la cabeza baja y corriendo porque soy un representante del Estado y me mantuve firme de pie mirando a esas personas".
Esta mañana, esta mujer que se llama Ana Magaldi ha perdido ya su condición de individua que piensa por sí misma, se preocupa y habla en voz alta y que lo hace además exhibiendo con naturalidad su condición de representante del ministerio público en un Estado democrático de Derecho. Hoy ya, una parte de la sociedad española, la quiere convertir en bandera o heroína de la causa del inmovilismo político o de la torpeza permanente fabricante de independentistas y otra parte de la sociedad catalana la ha convertido ya en sospechosa de reventar la imagen idílica del independentismo que sus defensores propagan. Cada cual apuntalando sus prejuicios.
No conozco a la señora Magaldi, pero su relato ayer no parecía el de alguien que quiere excitar los ánimos o abanderar nada, parecía más bien un estupefacto toque de atención sobre el peligro de que la incompetencia política de todos acabe excitando las vísceras de unos pocos.