El último día de paz de Billie Holiday
En 1957, Billie Holiday grabó junto a su amigo Lester Young su última colaboración. Dos años después los dos fallecían. Aquella canción es el encuentro final de dos músicos que registraron en los años 30 algunos de los mejores discos de jazz
Madrid
La maldita vida fue cruel, injusta y traidora con Billie Holiday. Hija de dos adolescentes, la cantante neoyorquina se abrió camino levantándose de cada golpe, de cada puñalada. Ese viaje tan duro –cárcel, maltrato, prostitución, adicciones- se plasmó en unas canciones que cuando pasaban por su voz ya eran suyas para siempre, aunque no fuese la autora, aunque las hubiesen cantando otros. Todo aquel dolor se plasmó en unos discos eternos y en unas memorias de obligada lectura. Pero con todo, Holiday se abrió camino, el camino de una mujer negra en un mundo de hombres blancos. En esa vida, la cantante recibió más zancadillas que abrazos, pero cuando todo se torcía siempre podía contar con un aliado, con Lester Young, un oasis en el desierto de sus tragedias.
HOLIDAY Y YOUNG
— En el año 2002, las mejores grabaciones de Holiday y Young se recopilaron en ‘A musical romance’, un álbum que reúne canciones registradas a finales de los años 30. Un disco que muestra en su plenitud la compenetración de la cantante y el saxofonista. Un álbum que se abre con The man I love y This years kisses, de su primera sesión conjunta, y que se cierra con ‘Fine and mellow’, la última grabación que los dos amigos registraron para un especial de televisión.
Holiday y Young no fueron amantes, pero su relación fue más allá del amor y fue más duradera. Juntos se repusieron de los golpes de la vida y juntos grabaron –a finales de los años treinta- una música inolvidable que alcanzó las más altas cimas de la belleza, una música mágica que en cierto modo era analgésica, curativa. Las grabaciones registradas para Columbia Records en los años treinta muestran la unión perfecta de estos dos magos, de la cantante rota y el saxofonista quebrado, la cirujana y el anestesista. Dos músicos que bien podrían ser doctores pero también pacientes a los que su medicina no hacía efecto.
Tras las grabaciones que registraron juntos a finales de los años treinta, cada músico siguió su ruta. Dejaron atrás los viajes conjuntos, las horas de carretera, la complicidad en el escenario. Él se volvió con Count Basie y ella siguió grabando con distintos artistas, ya sin el saxo tenor de aquel hombre de mirada afable de poso melancólico. La vida llevó a Lester y Billie por distintos caminos, caminos que siguieron siendo duros y oscuros. Pero el destino les aguardó un último encuentro, un encuentro ante las cámaras de la CBS. En diciembre 1957, Billie Holiday fue invitada a participar en un programa especial dedicado al jazz. Una reaparición importante después de que le fuese retirada la licencia para actuar en locales neoyorquinos por sus problemas con las drogas. Para entonces, Holiday luchaba por dejar la heroína y por alejarse de los hombres tóxicos de mano larga. Aquella velada, la cantante de Harlem vivió su último encuentro con Lester. Juntos, con otros músicos de primera fila, interpretaron una versión ‘Fine and mellow’ que hiela la sangre, que te entra en el alma y te estruja con violencia. “Mi hombre no me ama, me trata mal”, comienza cantando Holiday con la mirada perdida y rodeada por una poderosa sección de viento entra la que se encuentra Young. El saxofonista parece cansado, ya estaba enfermo entonces y con un terrible alcoholismo que se lo llevaría unos años después. Pero mientras sopla su viejo saxo el mundo parece en paz, en calma.
Aquella última noche de Billie y Lester tuvo lugar veinte años después de sus días de gloria. Veinte años en el que los dos músicos se habían levantado de demasiadas caídas, de unos golpes que habían dejado huella en sus miradas, que envejecieron sus ojos. Ni ella parece una mujer de 42 años ni él el hombre de 48 que señalaba su partida de nacimiento. Pero durante los siete minutos que dura ‘Fine and mellow’ todo eso se olvida, se desvanece en un remolino que crece entre moratones alrededor de una composición dura y dolorosa, tanto como sus propias vidas.
Tras aquella actuación televisiva los dos músicos siguieron con sus dramas, intentando mantenerse a flote cuando la suerte ya estaba echada. A ninguno le quedaba demasiado tiempo. Holiday siguió grabando para MGM pero sus últimos trabajos, ya con la voz quebrada y el alma rota, recibieron malas críticas. Lo sobrellevó con heroína, hasta que la policía de Nueva York la detuvo por posesión. No llegó a ingresar en prisión. Se estaba muriendo. Fue condenada a arresto domiciliario y murió de cirrosis una mañana de julio rodeada de policías, lejos de los focos, despojada de toda la gloria que llegó cuando dos décadas atrás era la cantante más grande de aquella América racista. Lester le había enseñado el camino poco antes. Murió en París, solo, abrazado a una botella en el piso en el que se encerró a morir alejado del éxito que habían tenido sus alumnos, aquellos saxofonistas que le miraban con el respeto que la vida nunca le tuvo. Aquella noche de diciembre de 1957 fue su último encuentro musical, su última canción. El regalo final, el regalo de dos amigos maltratados por la vida que encontraron el uno en el otro un consuelo único. Dos tristes almas de vida trágica que al subir a los escenarios se transformaban, dejaban a un lado sus horrores para convertirse en doctores, en los chamanes de unos amantes del jazz que encontraban paz en sus canciones.