La rubia

Madrid

Es una rubia cualquiera, una mujer cualquiera. Es joven y muy blanca. Durante las últimas semanas se había encontrado mal, y temía por su salud, pero su médico acaba de confirmarle que está embarazada. A esta mujer, ahora, le palpita el corazón con fuerza. Su trabajo es muy exigente, y se encuentra sola; hasta ahora, han sido casi siempre hombres los que han desempeñado su papel. Sabe, sin embargo, que pensar en su hijo, en su hija, le dará más fuerza. Lo imagina con belleza, fuerte, inteligente. Quiere conquistar un mundo entero para depositarlo a los pies de su niño. Imagina el rostro de su marido y de sus parientes cuando se lo cuente, su alegría. Ahora, y no antes, su vida ha cambiado.

Os he dicho que es una mujer cualquiera, pero os he mentido. Se llama Isabel, está casada con Fernando, un joven aragonés. Es la reina de Castilla, y ahora llora, ríe, llora, porque va a ser madre. Los mismos miedos. ¿Nacerá sano? ¿Sufriré mucho? ¿Qué le espera a mi hijo, de qué le puedo proteger? La misma sensación de algo irremediable, de que su vida pasada ha quedado atrás y no regresará. Como si hubiera crecido de repente, nunca más ya hija, o esposa, solo madre, unas alas protectoras sobre ese hijo soñado y que crece de su sangre, de sus huesos, de su reino. Y todas las miradas, las hurañas, las que sospechan de esta castellana con demasiado poder, le quitan un resto de esa sangre. No es una mujer cualquiera. O sí.