Sabes

Madrid

- ¿Sabe qué le digo?

Me llevo las manos a la cabeza cada vez que mi madre dice esa frase. Está empeorando tan rápidamente que no sé por dónde saldrá: con lo recatada que ella era, ha comenzado a decir indecencias. Otras cree que está en su casa de infancia, con sus padres, y habla con una voz de niña quejumbrosa.

- ¿Sabe qué le digo? Yo estuve casada cuarenta y siete años. Fui la mujer más feliz del mundo. Mi marido, el pobre, estaba loco por mí.

-Mamá -le digo, después de un silencio-, pero ¿qué dices?

Cuarenta y siete años, sí; pero desde que la dejó embarazada a los quince, hasta que murió en una casa ajena mucho tiempo después no le dio un solo día de descanso. Ni uno de felicidad. Mi madre sacó adelante a sus cuatro criaturas, ella sola, primero, fregando escaleras, luego con una mercería pequeñita. Mientras tanto, bajaba la cabeza cada vez que le contaban que habían visto a su marido con una, o con otra. En los pueblos no hay piedad, ni donde esconderse. Hasta llamadas hubo que preguntaban por él, voces femeninas. A veces, acreedores. Se fue cuando nosotros comenzamos a enfrentarnos a él. Desapareció. Mi madre le pagó el entierro por caridad. Y ahora, cruzado con a saber qué película o qué canción, ha olvidado todo eso, y sonríe, y su marido la adoraba.

Y respiro, con un poco de alivio, en el fondo. Que sea feliz ahora, al menos.

-¿Ah, sí? -repito- Cuénteme, Charito. Cuarenta y siete años. Se dice pronto...