Desde la ventana
Los gatos vemos muchas cosas, pero estamos especializados en los rastros invisibles

Madrid
Se despiertan por la mañana y tejen un movimiento invisible por la ciudad, unos hilos que se cruzan y se anudan, como la baba de los caracoles sobre las hojas jugosas. Siempre avanzan. Los humanos son incapaces de retroceder en el tiempo, como nosotros hacemos, aunque creen, a veces, que lo pierden, o incluso que lo pueden recuperar. Los observo desde lo alto, en mi ventana cercana al cielo, hasta que me aburro y salto al suelo, bostezo, y como unos granos de pienso.
Los gatos vemos muchas cosas, pero estamos especializados en los rastros invisibles. Eso nos distingue de esas criaturas vulgares, los perros, y de esas cositas nerviosas y bastante ricas, los pájaros. Este es un debate infinito entre nosotros, los perros mueven la cola y aducen su superioridad olfativa, que nadie les niega. Con los pájaros no perdemos el tiempo. La discusión la zanjamos siempre nosotros. Volvemos la espalda, y decimos: pero nosotros vemos la vida.
Cuando llegan a casa, traen su hilo a la espalda. Yo les recibo con un estiramiento de espalda, otro de pata derecha, y luego trazo un círculo a su alrededor. Ahí está, el hilo con una luminiscencia clarísima, más débil si están cansados, a veces liado. Tenemos que esmerarnos en frotarnos contra sus piernas para desenrollarlo. Luego seguimos el rastro. ¿Dónde ha estado este humano que hoy huele a una decepción repetida? Hay que decirlo: nos suelen traer el hilo hecho un asco. Entonces nos dicen: qué pesado está hoy el gato. Ofendidos, regresamos a nuestra ventana. Qué sería de sus vidas sin nuestros cuidados.




