'Lady in Satin', la desgarradora despedida de Billie Holiday
En 1958 Columbia editó ‘Lady in Satin’, el último disco que Billie Holiday vio llegar a las tiendas de música
Barcelona
“Mamá y Papá eran un par de críos cuando se casaron. Él tenía dieciocho, ella dieciséis y yo tres años”. Esa es la célebre frase con la que Billie Holiday daba el pistoletazo de salida a su biografía Lady Sings The Blues -en colaboración con su amigo y pianista William Dufty-, y el recitado que eligió el narrador Gilbert Millstein para presentar el concierto de regreso de Eleanora Holiday el 10 de Noviembre de 1956 en el Carnegie Hall de Nueva York. Hacía relativamente poco que ella había salido de la cárcel, y la fama le predecía, en lo bueno y también en lo malo. Proclive a los excesos y desmanes, desprotegida por ser negra y castigada por no querer ocultarlo, e incapaz de resolver los sinsabores y delirios del amor, adicta a la heroína, violada cuando todavía era una niña, e hija de un padre despreocupado que haría las maletas para eludir responsabilidades, Billie fue cantante por casualidad, cuando una noche, ante el desespero ante un posible desahucio y el hambre que pasa su madre, hace una sesión en un local neoyorquino.
El armazón de una obra proveída para el coloso que era Columbia discurre desde mediados de los años treinta hasta casi el ecuador de la década de los cuarenta, con el saxo omnipresente de Lester Young como hombro en el cual derramar sus lágrimas. Esa persona madura y coherente con quien despellejar canciones. Piezas de pupitre como “Don´t Explain”, con la infidelidad como recurso lírico, “God Bless The Child”, una fechoría vejatoria para una madre dolida, o “Strange Fruit”, el poema satinado de canción protesta de Lewis Allen por los linchamientos racistas que habían sido un escándalo nacional. “Árboles sureños sostienen un extraño fruto/ sangre en las hojas y sangre en la raíz/ negras nalgas que se balancean bajo la brisa sureña. Escena pastoral del noble sur/ ojos desorbitados y boca desencajada/ dulce y fresco olor a magnolia/ y luego el repentino olor a carne abrasándose”. Heredera de Bessie Smith, enamorada del soplo de Louis Armstrong, en Decca vive una segunda etapa marcada por los arrestos, las drogas, juicios diversos y una lista interminable de amores fracasados.
Su etapa en Verve, metida ya en el fango de los años cincuenta, ella vive su máximo esplendor como cantante. “Por el amor de Dios, no hagas caso a esos viejos columnistas que todavía escriben sobre los estupendos días de hace veinte años. Ahora canto mejor que antes. Compara aquellas viejas grabaciones y mira como las interpreto ahora”, decía. Solitude (52), el pragmático Lady Sings The Blues (56), más Body And Soul y Songs For Distingué Lovers, ambos de 1957, son obras que almacenan grandes dosis de sentimiento y pureza. Una voz menos azarosa pero más corpulenta. Una vez terminado su contrato con el sello de Norman Granz, vuelve a Columbia, a su viejo hogar, para grabar una obra maestra como Lady In Satin (58). Pesadumbre y honestidad al servicio del arreglista Ray Ellis, el cual nunca estuvo convencido del resultado del álbum. Unos arreglos destinados a enmascarar los huecos hirientes de unas tomas acicaladas. Sesiones que se interrumpían por orden y deseo de la dama, una voz áspera, una mente turbia que olvida las letras de las canciones, desazón razonable, un martilleo constante. El diario personal de una yonqui, que se cobija en su música, en su llanto. “I´m Fool To Want You” es lúgubre, un canto vital que suena a desesperanza, a desolladura que no cicatriza. Palabras que arrastran pulcritud, una tras otra, como las vertidas en “For Heaven´s Sake” o “You Don´t Know What Love Is”, un retrato funcional y veraz de su paso por la vida. Una existencia, a la que sólo le restaría un año y un disco más, The Last Recordings (59), aunque el que permanecerá como testamento musical sea Lady In Satin.
Texto originalmente editado en 'Mujeres y música' (Ed. 66rpm)
Sofá Sonoro: Billie Holiday, el resplandor entre el drama
58:23
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