Esa doble condena

No es la primera vez que condenamos sentencias como la de Cassandra. Pero estoy muy interesado en la necesidad que existe, por parte de mucha gente que condena la sentencia, de hacer también una pequeña condena personal de la chica. Como si hubiese que equilibrar la condena penal con la condena propia. Una frase que funciona como arquetipo sería: “La condena es una barbaridad, pero esta chica es tonta, o estos tuits son propios de una miserable”.

Se trata de una adversativa muy interesante que en algunos casos consiste en un lavado de manos de gente asustada por tuits horrendos, y en otros más complejos, como contraseña entre iguales para reconocerse. Esto es algo que siempre me llama la atención y que pasa a izquierda y derecha. Cuando hay algo en lo que todo el mundo está de acuerdo, unos tienen que ponerse un clavel para que no se les confunda.

En este caso, hay casi unanimidad en que la condena no se debería haber producido, por lo tanto, la gente más cercana a la derecha insiste en la pequeña condena personal, una valoración de su persona que no entra en indulgencia sonre su edad y que se considera necesaria para adjuntar la sentencia de la Audiencia Nacional. Todo en una sentencia personal que lo que menos importa es lo que opines tú.  Lo que menos importa es lo que opines tú. Todos deberíamos estar en el mismo barco de la libertad de expresión.

Hace poco, en una conversación en Letras Libres con Daniel Gascón, Fernando Savater contaba cómo al detenerlo, durante el franquismo en las aulas, le preguntaban si era comunista en un sótano. Él sabía que en las redadas caían comunistas, que eran perseguidos comunistas, y él contestaba que sí, que lo era. “Para ti, para la policía, para la dictadura, yo soy comunista”. No entraba en matices de quién es cada cosa.

Lo que está en juego no tiene que ver con lo mal que nos caiga esta niña, se le ha condenado por poner unos tuits que, por muy desagradables que sean, nunca pueden entrar en la Audiencia Nacional.