Si el precio es la vida

La carta con la que el editor del diario Norte, en Ciudad Juárez, en México, anunció esta semana el cierre de su periódico es estremecedora. “Todo en la vida tiene un principio y un fin, un precio que pagar. Y si este es la vida, no estoy dispuesto a que lo pague ni uno más de mis colaboradores y tampoco con mi vida”. Tres periodistas fueron asesinados en Ciudad Juárez, solo en el último mes de marzo, y el editor del Norte cree que ya no existen condiciones para ejercer el periodismo. 

“Cumplí como ser humano, como ciudadano, luché acompañado por colaboradores leales hasta el final, a los que estoy infinitamente agradecido”, escribe Oscar Cantú, que asegura que su diario, de 35.000 ejemplares de tirada, intentó durante 27 años informar con veracidad. “Adiós”, tituló su última primera página. Cantú reprocha al gobierno de México no ser capaz de garantizar el ejercicio de su profesión, convertido en oficio de alto riesgo, no solo por culpa de la violencia del narcotráfico, sino también de la corrupción que infecta todo el país.

Nadie podrá reprochar a los reporteros del Norte que tiren la toalla. El último año ha sido uno de los más mortíferos que se recuerda para los periodistas mexicanos. Pero quizás esta sea también la ocasión de expresar la admiración que deberíamos sentir, no solo los periodistas españoles, sino los demócratas de todo el mundo por el trabajo que realizan quienes todavía siguen en México, y en todo Centroamérica, al pie del cañón, intentando contar la terrible cotidianidad de la violencia que asola sus ciudades.

No es que sus vidas valgan más que las de las otras casi 20.000 personas asesinadas en México en 2016. Es que son ellos quienes nos cuentan lo que les está pasando. Sin ellos, sin su testimonio, la oscuridad será completa.