Representación

Madrid

-¿Has visto a la niña?

- Sí, estaba ahí hace un momento.

- Pues ahora no está.

- Pues hace un momento sí.

Ella suspiró con los ojos en blanco, una desesperación fingida para el público inexistente en el jardín de la casa, una actitud de actriz que nunca obtuvo grandes papeles, pero hermosa. Él se mantuvo impasible; cumplía con su función de espectador cansado de escenas muy vistas.

La mujer entró en la casa y regresó con una gran jarra de plástico turquesa. Los hielos y el limón flotaban como transparentes pájaros caídos. Sirvió dos vasos enormes.

-Anda, guapa, alegra esa limonada con un poco de alma.

- Ya está animada -dijo ella, y le tendió el vaso.

Él sorbió un poco y torció el gesto.

-Un poco animada de más, y un poco pronto para tanta alegría, ¿no?

-No hay manera de acertar contigo.

-No, si no es una queja.

-Ya.

-Son los vecinos los que se quejan.

Ella se alzó sobre un codo en la tumbona. Se sirvió un poco más de limonada y la posó sobre su tripa plana, muy morena.

-Reconozcamos que ayer no les faltaba razón. Eran las cuatro cuando apagamos las luces.

-Para una vez que nos divertimos...

-Claro -se burló ella-, para una vez.

-Eres una diosa y estoy loco por ti. Por eso te perdono ese tonito.

Se acercaron el uno al otro, sonó un beso demasiado estrepitoso como para ocultar deseo. Otra concesión para esos espectadores constantes ante los que representaban su vida.