La orilla

Madrid

Mírala, ahí viene, se cree la reina del patio. Hoy al menos trae al niño de la mano, otras veces lo deja a la puerta, abre el coche y desciende de él su hijo, como si fueran de la nobleza. Nosotras creemos, con nuestra peor intención, que se comporta así los días que no trae tacones. Cuando como hoy, da sus pasitos sobre zapatos de suelas rojas, entonces sí se une a nosotras.

Qué decir de nosotras. Patitos feos, muchas veces con papilla del niño en el pelo o en la camiseta. Otras, vestidas casi tan bien como ella. Mamás corrientes, que intentamos ser buenas personas, transmitir los valores correctos, y que cada vez que nos cruzamos con Carmen fracasamos miserablemente. Todo lo peor de lo que somos capaces, todo aquello que nos juramos no repetir estalla como una bomba de racimo. La inseguridad. El cotilleo. Los prejuicios. El miedo. No me siento orgullosa de ello; no entiendo por qué me comparo. Me gusta mi vida, adoro a mis hijos. Soy una buena amiga de mis amigas, nos ayudamos entre nosotras. Pero ella ha cruzado, no sabemos cuándo, a una orilla que no sabíamos que existiera y que miramos con anhelo.

Y hoy suena la flauta. Me mira. Flaqueo un poco bajo la presión de su sonrisa luminosa, su encanto me rodea, me siento, muy a mi pesar, la escogida. Los hoyuelos aparecen en sus mejillas.

-Hasta luego, Sonia.

- Adiós, Carmen, guapa. No te había visto.

Y aunque no quiero, cómo disfruto ese momento en la otra orilla.