La buena madre
Me sentí orgullosa de ser independiente, y despegada de las tareas domésticas, incluso un poco dejada

Historias a media mañana (10/05/2017) - La buena madre
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Madrid
Me sentí orgullosa de ser independiente, y despegada de las tareas domésticas, incluso un poco dejada, hasta que Miguel cumplió los nueve y, de un cabezazo, me destronó de mi puesto de privilegio para colocar en él a su maestra, a las madres de sus amigos, y a cualquier otra mujer capaz de hacer tres cosas que le fascinan. Una, remendar calcetines. Al parecer, en el recreo los niños se sacan los zapatos y se muestran los calcetines recosidos como prueba de pericia de sus madres. Dos, bizcocho de yogur, con su vasito de yogur, una receta que era vieja ya cuando yo tenía su edad. Y tres, un moño. ¡Un moño trenzado!¿Quién tiene tiempo, y pelo, para hacerse uno de esos peinados que exigen un tutorial, veinte horquillas, y aún más pericia que zurcir?
En vano intento explicarle a mi hijo que mamá hace por él treinta cosas al día más complicadas y más urgentes, y, ya de paso, un poco menos convencionales. Por alguna razón, él no quiere ahora una madre orgullosa e independiente y un poco dejada. Mis payasadas, que le hacían tirarse al suelo de risa hace un año, ahora le avergüenzan. Mantenemos una lucha sorda, mi hijo, sus calcetines y yo. A su padre, a su manera, también le pide que refuerce su rol más tradicional, que sea fuerte y futbolero, y un poco rudo. Los dos nos miramos, le decepcionamos, y nos decimos que no será más que una fase, que pasará pronto. Yo, mientras tanto, calculo cuánto puede tardar en crecerme el pelo.




