Echar por fuera

Hace una semana leí en El País una crónica maravillosa, sobrenatural, que retrataba la obsesión de Donald Trump por las fake news: obsesión concretamente por fabricarlas. Así, a veces llamaba a los periódicos, se hacía pasar por su portavoz y se inventaba romances con los que estar en las revistas. Esto ocurría en la década de los 80, que es el tiempo en el que se produce la megaconstrucción social de Donald Trump. Esa obra de sí mismo fue finalmente perfilada gracias a las redes sociales, donde ya no hay que imitar ninguna voz y peor aún, donde se puede ser uno mismo sin necesidad de filtros. Por eso Trump conectó tan bien con sus votantes, porque se desclasificó a sí mismo. Hoy Jan Martínez Ahrens utiliza una expresión que lo define mejor: se desbordó.

Pero, ¿puede sobrevivir a sí mismo en el Despacho Oval? Si conviertes el Despacho Oval en una tabernita de Ohio, sí. El éxito de Trump en Estados Unidos no es haber cambiado él, sino que todos los escenarios, incluso los más solemnes, se hayan convertido en una especie de prolongación suya. No renunciar a ser tú mismo suele ser una virtud si no eres Donald Trump. No renunciar a ser tú mismo si eres Trump y eres presidente de EEUU, te convierte en un peligro potencial.

Que se muestre más dicharachero con Rusia precisamente, que sea para contar secretos que no tienen sus aliados y que todo esto haya llegado al Washington Post unos días después, te convierte en peligro real. Pero real es la palabra que mejor define a Trump y que mejor resume su camino desde los años 80 hasta ahora: ya no llama a las revistas para inventarse romances, sino a los rusos para contar amenazas. La esencia es la misma: desbordarse. En Galicia decimos: echar por fuera.