Vueltas, vueltas y más vueltas

Muchas veces hemos hablado en este Ojo de la situación en Cataluña, y siempre ha sido para insistir en la necesidad de negociar una salida. ¿Qué es la política sino el arte de la discusión, de la búsqueda de soluciones que convengan a ambas partes a través del diálogo? Es verdad que la Generalitat se precipita vertiginosamente ladera abajo sobre esquíes, y el Gobierno central sube la cuesta a velocidad de caracol.

Convendría que uno frenara y el otro acelerara, a ver si es posible el encuentro antes de que los que tanto corren se estrellen sin remedio. Pensar en una declaración de independencia guerrera y unilateral no es solo un disparate jurídico, sino una bobería que ni merece ser analizada.

Es, además, un insulto. No solo para sorianos, madrileños o jiennenses, sino sobre todo para los catalanes, sus vecinos, sus iguales, que no quieren emprender el camino del hachazo y tentetieso. Aquí encallamos siempre, porque todavía no hemos sabido contar a unos y otros de manera científica. La solución a esta pregunta retórica solo podrá ser contestada con un referéndum, dicen unos. Falso, dicen desde la otra orilla, porque todas las elecciones celebradas hasta ahora han sido claras: son más los que no quieren la independencia.

¿Y si metemos matices? Pues que estaríamos entonces en la necesidad de hacer política. Y vuelta la burra al trigo.