En el nombre de la madre

Madrid

A alguien le podrá parecer una chorrada, un tema menor; pero yo creo que se trata de un paso más y de gran simbolismo. A partir del 30 de junio el apellido paterno ya no tendrá prioridad a la hora de inscribir a los recién nacidos; es verdad que desde el año 2000 ya se podía utilizar en primer término el apellido de la madre, pero había que hacer trámites, papeleo, presentar una declaración de mutuo acuerdo y, en caso de que no hubiera consenso, se daba preferencia, por defecto, al apellido del padre.

Bueno, pues eso se acaba y a mí –insisto– me parece una noticia relevante porque supone deshacer un entuerto secular. Es verdad que el nuevo escenario puede dar paso a situaciones curiosas, porque en caso de desacuerdo entre la pareja el encargado de desempatar será un funcionario del registro civil, aplicando como posibles criterios: el orden alfabético, el sorteo o la estética; o sea, decidir si uno de los dos apellidos suena mejor que el otro combinado con el nombre.

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Desde luego si me tocara a mí ya les digo que me inclinaba por el sorteo, o el orden alfabético, porque eso de que suenen unos apellidos mejor que otros… Eso es muy relativo; a no ser que fuera para evitar fenómenos del tipo: Dolores Fuertes de Barriga, Elsa Capunta, Aitor Menta, o Elena Nito del Bosque, que son casos reales, que existen.

Pero esa es la anécdota, la curiosidad; lo importante de la noticia es que estamos ante otra conquista del feminismo; que, por si alguien lo ha olvidado, no es ningún movimiento armado de mujeres contra hombres, sino una ideología que defiende la igualdad de derechos, la igualdad de oportunidades, la justicia en definitiva. Y ahí caben –ya lo creo que caben– todos los apellidos del mundo: de mujeres y de hombres.