Goytisolo en la frontera

Entre las muchas cosas que hizo bien Juan Goytisolo están el coraje de sus memorias, que ayudó a muchos chicos a tener coraje por sí mismos, a enfrentarse a su sexualidad, y una delicada coherencia ideológica propia de otro tiempo: el tiempo en que un artista no se debía más que a sí mismo.

Fue crítico e incómodo en años en los que más hacía falta serlo. Y habló abiertamente de asuntos que luego los periódicos no sabía ni cómo tratar a la hora de transcribirlo, porque de alguna forma a principios de los ochenta había campos en los que era él el que más lejos iba a la hora de entender la democracia frente al miedo y las reservas, sobre todo, del establishment progresista. Pero además de eso, a mí me gusta por encima de todo un rasgo de él que ayer subrayaba Javier Rodríguez Marcos en El País, cuando él dice que ya había cumplido su deber como ciudadano en obras anteriores, pero no el de escritor. Se produce cuando escribe Señas de identidad y decide darle otro rumbo a su obra -una voz narrativa nueva, por ejemplo- y dice esto: "Sin la idea de novedad no hay obra verdadera, y yo no había roto con el canon literario".

En la literatura se ha impuesto algo muy futbolístico que consiste en que lo que funcione no lo toques. Y hay muchos escritores repitiendo la fórmula de un éxito anterior buscando hacerlo perpetuo. Se ha sacrificado en muchos casos la conciencia artística por la comercial. Y como la literatura no da nada, no se le devuelve nada. Goytisolo dijo que a la literatura se le devuelve algo diferente de lo que la literatura te dio. Eso es lo que separa al escritor del mecanógrafo.