En la caseta
Después de aquello, no he podido concentrarme para leer de nuevo
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Madrid
Después de aquello, no he podido concentrarme para leer de nuevo. Nada me interesa lo suficiente ni me arranca de mis pensamientos, que continúan ahí, en su eterno runrún, con su rueda en la que corre un angustiado hamster. O, justamente lo contrario, si la historia me atrapa acabo llorando, casi a alaridos, no sé por qué, como si en todo viera mi vida y mi situación. Eso me hace muy desgraciada, porque la lectura me ha sido siempre una amistad generosa y de fiar. Como no he logrado vencer el insomnio, qué bien me vendría un libro que me acompañara en esas horas eternas en que solo se escuchan camiones de descarga y, en sordina, el chirrido de mi hamster de ansiedad.
Como ahora han montado en el centro de la ciudad la Feria del Libro, me he acercado casi cada día a hojear volúmenes y a ver a los autores en las casetas. Me hacen gracia, los veo como animalillos en jaulas, no demasiado peligrosos, porque nos dejan acercarnos a ellos. Le digo que me recomienden un libro para mí. Algunos me venden con innecesario entusiasmo el suyo. Otros me preguntan por el insomnio, por la falta de concentración. Deben pensar que llevo una vida triste, y en cierta medida es así. Tampoco ellos parecen muy felices. Se toman demasiado en serio. Creo que les ofende vagamente el que no sea su libro el que venza mi hechizo, el que me saque de mi duelo y mi tristeza. Lo veo en su mirada, no nos gustamos. Y sigo buscando.