Si hablara

Madrid

Si la calle hablara, contaría una historia monótona de entradas y salidas, idas y venidas, de gente que se enrolla y se desenrolla como si girara en torno a un ovillo invisible tejido cada día. Algunos coches nuevos, tiendas que abren y cierran, o que no vuelven a abrir tras cerrarse una tarde. Hablaría de calor prendido al asfalto y de cómo se libera lentamente en nubes de vapor durante la noche, mientras el camión de la basura se lleva los restos de las vidas y las casas. Lo que nadie quiere.

Si hablara la calle, solo de vez en cuando se despertaría de su sopor para narrar un sobresalto. Alguien se enamora, de repente, alguien siente un dolor en el brazo y minutos más tarde se desplomará a dos metros de donde estuvo el banco que retiró el ayuntamiento hace dos meses. Una señora descubre que le han robado la cartera, dos vecinos evitan la mirada para no saludarse. Una joven encuentra una cartera y duda por un momento si entregarla con el dinero o solo con el carnet y las tarjetas. Se rompe una persiana que dará un susto a todo el bloque, con su ruido de ametralladora, esa noche, cuando se baje. Alguien mira por la ventana del sexto. Piensa en sus cosas. Alguien le observa desde el quinto de enfrente, y piensa en qué estará pensando. Aletea un panfleto de publicidad, masajes exóticos a treinta euros. Discreción. Pasan las horas, se encienden las luces. Aquella del ático no. Se han ido. Y la calle calla.