Lo auténtico

Hace un año conté lo que había ocurrido en el parque del Retiro con mi hijo, que entonces tenía tres años. Se encontró de bruces con Marshall y Chase, de la Patrulla Canina, que entonces eran el centro de su vida: mochilas, polos, pijama, etc. Sin embargo se asustó, vino a agarrarse a mi pierna y accedió -accedió él, no sus ídolos- a hacerse una foto con ellos en que sale muy serio. Recordé al escribirlo aquel extraordinario discurso de Ferlosio al recoger el Cervantes: el deslumbramiento de su nieta paseando por el Retiro cuando se encontraron un espectáculo de títeres. La fascinación de no saber exactamente qué mundo se está pisando.

Se producen estos milagros cada día, y ha sido noticia ahora en Seattle una niña que se creyó que una mujer vestida de novia era la princesa que ilustraba el libro que llevaba en la mano. Y así la trató, metida de lleno en su propio cuento, como una parte más del universo en el que las cosas aún son como las creíamos al principio. A esas edades en las que la verdad es una mentira con inocencia, lejos de la edad adulta en la que nosotros queremos hacer pasar las mentiras por verdades por interés propio.

Crecer siempre es una traición. Traición a tus padres, que te ven alejándose, y traición a los seres imaginarios a los que un día sacas de la calle y vuelves a meter en un cuento. Cuando mi hijo volvió a encontrarse a la Patrulla, iba con mis padres, los saludó en plan confianza y al irse les dijo: "Los conozco, son los auténticos".