Adiós

Madrid

Creo que no te dejaste nada. Todo ha quedado en su sitio, muchos huecos que me apresuro a cerrar moviendo las perchas. Extenderé los productos de belleza, compraré más libros. Tus llaves en la entrada a su lado, tu nota, cariñosa, madura, para que aunque ya no nos queramos, no deje nunca de quererte. Con qué dolor se deshacen los lazos que nos impusimos con tanta alegría. Y esta soledad elegida pesa ahora como la losa que señala una tumba. Los consuelos absurdos de los que me quieren bien, los que me llaman fuerte, los que señalan que no nos quedaba otra cosa por hacer.

Y sí, continúa pensando que ésta fue la decisión correcta, porque así lo pienso yo también, aunque me tiemble la voz al afirmarlo, y en cada esquina crea verte, y no acabe de comprender por qué no encuentro colillas en los ceniceros. Y sí, duele al respirar, como si contigo se hubiera ido parte de mi memoria, de mis palabras, como si la vida de pronto fuera tan nueva que no supiera cómo enfrentarme a ella, cómo levantarme por las mañanas, y cual es la clave de la alarma antirrobo. Para qué la alarma, si no queda ya nada de valor tras la puerta. Y sí, un café, una comida, lo que quieras, avísame el día anterior, charlemos, pídeme ayuda si lo necesitas. No seamos crueles el uno con el otro, permitamos que esto sea únicamente una despedida, no el fin de todo. Al menos ahora, cuando todo aún duele tanto, cuando aún queremos ser generosos.