Rajoy se está apuntando al frentismo que critica

Barcelona

Es obvio que si en cinco años no ha sido posible que el gobierno español engarzara un discurso político para ganarse a Cataluña no lo va a hacer ahora. Puede que Rajoy se sienta muy descansado después decir que los “delirios autoritarios nunca vencerán al estado democrático”. Y puede que una parte de su parroquia aplauda. Así, se pueden legitimar intervenciones que agraven el problema, pero el Gobierno y los que le acompañen nunca conseguirán una mayoría política en Cataluña. Al dividir a los catalanes entre “los sensatos y moderados” y los “radicales” que atienden los delirios soberanistas, Rajoy se está apuntando al frentismo que critica. La estrategia de la tensión siempre es un juego a dos.

He hablado hoy con tres periodistas extranjeros, un francés, un americano y un inglés. Los tres, ante mi sorpresa, daban por hecho que Rajoy toleraría un simulacro de referéndum, un segundo 9-N, y coincidían que sería la respuesta que más daño haría al soberanismo, mientras que el coste de imagen de una prohibición podría ser muy alto para el gobierno. Pero las razones de los que ven el problema desde fuera no son las razones de los que lo ven desde dentro y lo viven como una afrenta.

Hay un momento peligroso que es cuando se pasa de hacer política a jugar a la política. Y ayer el soberanismo vivió uno de ellos. Cuando se decreta que una ley de un parlamento es de rango superior a todo el ordenamiento jurídico, o cuando se plantea un referéndum sin definir la participación necesaria para que el resultado sea considerado valido, se está pasando de la realidad a la ficción. Con la consiguiente pérdida de credibilidad.

En su discurso del Palacio de Versalles, Emmanuel Macron citó a un pensador nada convencional: Georges Bataille, para advertir que la política no puede atender sólo a la realidad palpable y visible, hay que pensar también en la parte maldita, estos miedos que llevamos todos dentro. El que quiera entender que entienda.