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Música folk | reportaje

La maldición de un apellido famoso

Justin Townes Earle confirma con la edición de su séptimo álbum que la etiqueta de “hijo de” se queda pequeña

Justin Townes Earle durante una actuación en Boston en 2016 / GETTY IMAGES

Madrid

Hay apellidos que pesan demasiado, como una corbata nueva en una boda de verano. Nombres que son etiquetas que te acompañan toda la vida. El maldito "hijo de" resulta inseparable y contra eso solo queda luchar y hacerlo mejor. Superar al padre, destronarlo a golpes.

En la música esos apellidos pesan mucho. El hijo de Lennon, la hija de Cash, el pequeño de Dylan, el mayor de Cohen. Hay salidas dignas como la del chico de Bowie, que se cambió el apellido y se dedicó al cine. O la del chaval de Willie Nelson, que se metió en una banda que oculta el peso de su apellido. Los hay que cuestionan el éxito del padre, como Enrique Iglesias, capaz de hacer sombra a Julio con una conquista mundial a la altura de su progenitor. "Mi hijo puede vender más discos que yo, pero no estar con más mujeres que yo", contestó Julio a una periodista que le interrogó sobre el tema. Cada uno se consuela con lo que quiere.

Lo cierto es que la etiqueta pesa. Jakob Dylan amenazó durante un tiempo a su padre Bob al frente de Wallflowers, pero todo se diluyó cuando en 2008 debutó en solitario de la mano del reclamado Rick Rubin como productor. Tras el interesante Seeing things grabó otro disco y poco más. Cinco años de silencio para Jakob mientras su padre ha vuelto al número 1 y se ha llevado un polémico Nobel a casa.

Pelear contra leyendas no es sencillo y por eso llama la atención la carrera ascendente de Justin Townes Earle. Cierto que su padre, el genial Steve, no es una estrella como Cohen, Bowie o Lennon, pero aún así tiene una historia fascinante y una carrera de canciones emocionantes. Pero Justin ha ido más allá y ha editado siete discos en diez años mostrando un crecimiento en cada entrega. Justin, que se crió junto a su madre mientras Steve dejaba las drogas, empezó a acompañar a su padre en las giras y a aprender el oficio desde abajo. También los malos hábitos, él mismo pasó por su propio proceso de desintoxicación siendo apenas un chaval. Pero Justin, que toma su segundo nombre del maestro de su padre, el venerado Townes Van Zandt, ha sabido reconducir su vida y establecerse en la música americana al margen de su padre con una regularidad discográfica que supera a su progenitor. Sus discos han ido apuntando en la dirección correcta desde el principio hasta hoy, cuando con Kids in the street se ha arrancado la etiqueta del hijo de Steve Earle.

Su nuevo trabajo resulta hipnótico y divertido, curioso y añejo. Tiene ese poso que dejan los buenos discos y deja ganas de más. Y este éxito ya no puede pillar por sorpresa a quienes hayan seguido su carrera. Sin quitar méritos a Steve, un músico a querer a pesar de su irregularidad, Justin se ha consagrado como uno de los músicos más interesantes de su generación y ahora, con 35 años, está en su mejor momento y libre de losas familiares sigue grabando unos discos fascinantes y a cada cual mejor. Quizá si su padre tuviese el peso de otros ilustres la batalla sería más compleja pero Justin ha derribado un mito y ha espantado sus fantasmas a base de buenos discos y grandes canciones.

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