Factura de una infancia arruinada

Madrid

Hace unos meses en Galicia un niño con autismo, rechazado en otro colegio, fue recibido en su escuela nueva de tal forma que sus padres fueron personalmente a su clase a dar las gracias por haber hecho de su hijo una persona feliz. Un niño feliz es un niño integrado. Alguien que se siente parte de una comunidad. En un colegio, con comportamientos tan primarios y salvajes, donde se señala habitualmente al diferente, y a veces se le acosa y se le pega, eso tiene un mérito extraordinario. Pero hablamos de niños al fin y al cabo. En el caso argentino hablamos de adultos: del acoso de padres de alumnos a un niño enfermo. Hay dos clases de basura con las que soy especialmente intolerante y de la que pienso que debería de ser susceptible de ser perseguida penalmente: el abuso de los débiles, su marginación social, su señalamiento público y su escarnios. Que esto haya ocurrido con un niño, y con un niño además enfermo, me lleva no a compadecerme de él sino de los hijos de esos padres. Las lecciones miserables que están recibiendo y la factura inmensa que va a pagar la sociedad cuando esos niños crezcan.