Una terapia peligrosa
El primer problema es que los catalanes hoy no están –no estamos– de acuerdo
Madrid
Ya sé que a estas alturas de la película resulta muy complicado aportar algo nuevo a todo este berenjenal, pero voy a intentarlo. Y en todo caso más que buscar la novedad, si pretendo algo de sosiego, de calma, porque no creo que nuestro papel –el de los medios – deba ser el de pirómanos. Es más, si los periodistas acabamos sucumbiendo –y algunos ya lo han hecho – a la tentación de la trinchera, estamos jodidos.
La opinión de Carles Francino (11/09/2017) - Una terapia peligrosa
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De todas formas, no creo que sea periodismo de trinchera certificar que lo ocurrido en el parlament de Catalunya la semana fue impresentable, inaceptable; y seguramente perseguible. Pero que el detonante, la mecha de la masa crítica que hoy agita Catalunya haya que buscarlo en Rajoy, en el PP, y en ese Madrid de la corte que no renuncia a seguir cortando, no parte, sino todo el bacalao. La diada nacional de Catalunya que hoy estamos viviendo no se entendería sin estos dos elementos: un poder central, y cuando digo poder central es porque no sólo ha sido el PP, que ha ignorado durante años –cuando no humillado, o despreciado – las aspiraciones de una buena parte de catalanes.
Primer elemento; y segundo: unos líderes políticos en Catalunya que han entrado al trapo, que se han echado al monte y han traspasado líneas muy peligrosas, incluido algún discurso que más que a nacionalismo atufa a supremacismo. Yo lo siento así; por eso creo que Rajoy –y también Puigdemont, desde luego– no forman parte de la solución sino del problema. Que por cierto, ¿sabemos exactamente cuál es el problema? es que a lo mejor el ruido nos despista. El primer problema es que los catalanes hoy no están –no estamos– de acuerdo.
Sí, existe una mayoría clara a favor de algún tipo de consulta. Siete de cada diez catalanes según la encuesta de hoy mismo de myword para la SER, pero no estamos de acuerdo en qué modelo de autogobierno queremos. Eso es lo primero, pero a continuación viene la pregunta: si un día nos ponemos –nos volvemos a poner– muy mayoritariamente de acuerdo… ¿España lo aceptará? ese es el meollo de la cuestión. Porque hay que recordar que eso ya sucedió con el estatut; un texto que para buena parte de los catalanes era de mínimos, ¡de mínimos! pero que España no aceptó de ninguna de las maneras.
Vamos a ver, el 1 de octubre no habrá un referéndum; no lo habrá no sólo porque sea ilegal sino porque no se dan las condiciones mínimas para hacerlo vinculante. Quiero decir, es posible que haya urnas, más, menos, no lo sé. Que tengamos a miles de personas en la calle, tampoco lo sé… pero no será un referéndum, aunque lo que suceda sí será relevante. Pero pase lo que pase, digo yo que el día 2, el gobierno de España está obligado a tomar la iniciativa, a hacer algo, a proponer algo, a romper estos cinco años de quietismo.
El otro día lo decía Toni Martínez en ‘Todo Por la Radio’: si el enfermo no ha mejorado en cinco años, si los síntomas se mantienen, o incluso se agravan habrá que cambiar el diagnóstico, ¿no? ¿O mejor cambiamos al médico?