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El traje de gala de Diana Krall

La cantante canadiense abre la 49 Festival Internacional de Jazz de Barcelona

Diana Krall durante una actuación en televisión para el programa de Jimmy Kimmel / GETTY IMAGES

Barcelona

Tony Bennett es un seductor, un maestro en la materia. Si últimamente se juntó con Lady Gaga (extraña combinación) y Amy Winehouse (hicieron una maravillosa recreación de Body and soul), antes trajo a Europa a Diana Krall cuando ella todavía no era ni la sombra de lo que es ahora. Eso sí, por aquel entonces, la canadiense ya no se dejaba intimidar, era un caso extraordinario de frialdad, altiva y huraña como la que más. Con el paso de los años ha cambiado, a pesar de gozar de más fama, y aunque la sigue persiguiendo esa etiqueta de sosa e insensible (ambas a día de hoy muy discutibles), desde que publicó Glad rag doll con T Bone Burnett como asesor y la música de raíces americanas como pretexto, Krall es una mujer más cercana, más natural. Antes, jamás hubiese reconocido, y menos aún, pedir disculpas en público, por ir un poco más justa de voz de lo que es habitual, en el que era el último concierto de su gira europea de seis semanas. Curiosamente, después de esa declaración (estuvo muy comunicativa), en ese tramo final fue cuando cantó más y mejor.

En el más reciente Turn up the quiet, Diana Krall vuelve a la esencia del jazz, puro y sagaz, tras la aventura con un repertorio enfocado hacía el pop y el rock en Wallflower, una experiencia que después se ha sabido incompleta para ella. Sin llegar a la azucarada receta de discos como All for you con dedicatorias a Nat King Cole o bien The look of love, en este nuevo disco encuentra equilibrio, más proporción, recobra el sentido común del jazz partiendo de partituras clásicas pero que nunca suenan caducas. Con su inseparable sección rítmica con Karriem Riggins a la batería y Robert Hurst al contrabajo, en esta ocasión ha añadido más cultivo, con Anthony Wilson como guitarrista, y el músico que más sobresalió en la sala, el versátil violinista Stuart Duncan. En la primera hora de concierto, fue jazz con todas sus variantes, sonó la elegante Night and day de Cole Porter, y con otro colorido, On the sunny side of the street. Con un cambio de decorado, en penumbra y con tonos naranjas, la canción central de su actuación fue la dinámica Temptation de Tom Waits, con algunos giros, cambios de guion y cada músico por su lado, ejecutando como pequeños diablos. Seguidamente, la deliciosa relectura de Simple twist of fate de Bob Dylan, y nuevamente tocon la vaporosa Take it with me.

Sway, una despedida acorde al romanticismo que la caracteriza, sonó como los ángeles, a música celestial, a paz necesaria. Diana Krall, que recibió la medalla de honor de un festival que el año que viene cumplirá medio siglo, abrió con ella una edición ambiciosa, con más de un centenar de actividades. Entre el plantel, Chick Corea con nuevo proyecto, un Avishai Cohen, que no para de crecer, el omnipresente Chucho Valdés, Andrea Motis, que estrena galones, el músculo de Trombone Shorty o The Bad Plus como ejemplo de hacía dónde camina el jazz. Por otro lado, dentro del mismo festival, se incorpora “De cajón!”, una oferta centrada en el flamenco; con Estrella Morente, Duquende, Chicuelo, Diego El Cigala o Rocío Márquez.

 
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