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Discos música

El placer de tocar la música

En este mundo veloz hay pocas cosas tan relajantes como pararte frente a la estanteria a elegir qué música vas a oír

En este mundo veloz hay pocas cosas tan relajantes como pararte frente a la estanteria a elegir qué música vas a oír / GETTY IMAGES

Madrid

Me gusta comprar discos de música. Me gusta tenerlos. Tenerlos entre mis manos. En un mundo cada vez más enfocado al consumo y menos al coleccionismo, a mí me gusta ver mis discos apilados. Me transmite paz, orden, una extraña tranquilidad el saber que tras The Band viene Bob y luego Bruce. Saber que junto a Aretha está Amy y que Van Zandt descansa junto a Van Morrison me transmite un necesario sosiego.

Singles del álbum 'Nebraska' de Springsteen

Singles del álbum 'Nebraska' de Springsteen / COLUMBIA

Me gusta comprar discos, pero no es tanto el hecho de adquirirlos como el de saber que están en casa lo que me relaja. A día de hoy, teniendo toda la música del mundo en el móvil, tener discos apilados ocupando espacio en una casa pequeña resulta incómodo, puede que hasta absurdo, pero soy de esas personas que necesitan el contacto físico con las cosas que considera importantes.

Me gusta escuchar música, pero disfruto más el momento en el que elijo qué suena. Cuando me planto de pie frente a la estantería mirando nombres y viajando por el tiempo. El disco de Kristofferson lo compré en Nashville, el de los Stones me lo regaló mi hermana, el de Bowie llegó a casa el día que nació mi hija. Mirar esos discos apilados es una forma de viajar en el tiempo a través de recuerdos asociados a canciones, pero también a carátulas.

Portada del disco 'The heart of Saturday night' de Tom Waits

Portada del disco 'The heart of Saturday night' de Tom Waits / ASYLUM RECORDS

Para una persona nerviosa y lagartija, esos instantes de pausa resultan necesarios. Miro nombres y recuerdo lugares, personas, momentos. Luego los saco y los observo intentando escrutar si esas diez o doce canciones son realmente lo que necesita mi estado de ánimo. Decido que no y sigo buscando otorgando a ese momento toda la importancia que merece. La elección del disco correcto supone un instante crucial de cada mañana. Acertar me eleva, me consuela, me carga las pilas y me lanza a la calle cargado de optimismo. Cuando llego a la zeta sin encontrar lo que busco dejo los cedés y me adentro en los vinilos. El mueble de los vinilos es un mundo aparte que requiere otro ritmo. Muchos de ellos no se leen en el lomo por lo que suelo optar por agarrar unos cuantos, sacarlos a la vez y observarlos con pausa. Me gusta su olor, su peso, ese momento en el que hay que soplar con cuidado para alejar el maldito polvo. Todo ese proceso vas más allá del mero hecho de escuchar música. Es el momento de elegir música, discos en lugar de listas de reproducción. Compilaciones que algún artista se ha molestado en ordenar de un determinado modo por razones que muchas veces se nos escapan y que responden a títulos tan maravillosos como Born to run, Victim of love, Forever changes, Moondance o The heart of Saturday night.

Portada del disco conjunto de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong

Portada del disco conjunto de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong / COLUMBIA

También me relaja contemplar las portadas y observar los detalles. Me gustan las portadas en las que salen perros y enseñárselas al mío, que mira de reojo y medio dormido desde su cama. También las de fotografías costumbristas como la del LP de Ella Fizgerald y Louis Armstrong, tan de domingo los dos juntos y siempre alegres. Me gusta la sonrisa de Janis en Pearl, el disco en el que trabajaba cuando amaneció muerta y sola. La de Chet Baker me fascina y cuando miro a aquel atractivo joven aparto de mi memoria la imagen del viejo yonki desdentado que acabó siendo hasta que se cayó de la ventana de un hotel en Ámsterdam. Mirar todos esos discos buscando algo que no sé qué es me resulta terapéutico. Mirar fotos, revivir recuerdos mientras busco canciones. Cuando finalmente me decido me gusta escucharlos enteros mientras sigo con mis cosas. Los dejo que suenen hasta que el ruido de la aguja volviendo a su puesto me devuelve a la realidad, a un presente que me dice que es hora de salir a la calle y empezar el día. Ahí, en la calle, me pongo los cascos, me despido del romanticismo y del contacto, ahí es cuando pongo Spotify y vuelvo a este siglo, a disfrutar de la tecnología, una tecnología maravillosa que no consigue que deje atrás el pasado, ese pasado en el que el contacto con las cosas que uno ama eran importantes. Al menos para mí.

 
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