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La paradoja belga

Puigdemont ha asegurado que no quiere "belguizar" la política catalana, sí que puede "catalanizar" la belga

Cuatro personas sostienen las banderas (de izda a dcha) de las regiones de Occitania, Flandes, Valonia y la estelada, ante el Palau de la Generalitat, en el primer día laborable tras la puesta en marcha del artículo 155 de la Constitución para hacer fren / Javier Etxezarreta EFE

Madrid

Que Carles Puigdemont haya pedido declarar ante el juez instructor en flamenco -un dialecto del neerlandés- es una manera de reseñar ante la prensa belga los vínculos políticos que históricamente mantienen los nacionalistas catalanes con los de Flandes. En los años 50, estos se agrupaban en el partido Volksuni -el pueblo unido-, que ha sufrido numerosas escisiones. En los 70, surgió el Vlaams Blok, de extrema derecha, que ahora se denomina Vlaams Belag y en 2001 se refunda en la Alianza Neo-flamenca, que es el partido más importante de la coalición que compone el gobierno de Bélgica.

Estas transformaciones vienen motivadas por discrepancias ideológicas pero también por el objetivo de la independencia de Flandes. En los últimos años, sin embargo, los dirigentes flamencos se han dado cuenta que esa aspiración es imposible en la Unión Europea y han optado por controlar el gobierno de un estado que pretendían destruir.

Puigdemont persiste en su estrategia y aunque ha asegurado que no quiere "belguizar" la política catalana, sí que puede "catalanizar" la belga.

 
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