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El modelo Nadal

La gente que chapotea en la inquina, en regodearse en las desgracias ajenas, no sabe lo que se pierde evitándolo; y porque además un país que haga de estas prácticas una especie de deporte nacional es un país enfermo

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Madrid

Hace cuatro años, el siete de septiembre de 2013, tuve la oportunidad de vivir en directo, en Buenos Aires, los nervios, la ilusión y finalmente la decepción de que Madrid fuese descartada como sede de los Juegos Olímpicos. Mucho me temo que hoy vamos a repetir el guion porque ni los más optimistas conceden opciones a Barcelona para acoger la agencia europea del medicamento, que no tiene nada que ver con unos Juegos Olímpicos pero que supone una aportación en términos de empleo, de capitalidad científica y de potencial en I+D realmente notables.

La opinión (20/11/2017) - El método Nadal

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Es probable que hoy, si no salta la sorpresa y se confirma este fiasco, es más que probable que no tarden en aparecer mensajes del tipo: “la culpa de todo la tiene el Procés”, o incluso “que se jodan los catalanes y que se joda Barcelona”. Y algunas personas, o bastantes, o muchas tendrán la prudencia de no decirlo o no escribirlo, pero lo pensarán.

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Bueno, algo parecido ocurrió hace cuatro años con el fracaso del Madrid olímpico. Ojo, no estoy hablando de las críticas a un proyecto que hubo quien consideraba incensario, faraónico, que iba a propiciar la especulación urbanística. No, no hablo de eso. Me refiero a la indisimulada satisfacción de algunos, o bastantes, o muchos catalanes por la derrota de Madrid, por el hecho de que era Madrid la ciudad aspirante.

Miren, que cada uno piense –o sienta– lo que le dé la gana, yo en eso no me meto. Sólo me permito recomendarles la carta de despedida que hoy escribe Toni Nadal –el tío de Rafa Nadal– en las páginas del diario El País. Es una carta muy sentida, después de 27 años junto a uno de los tenistas más grandes de la historia.

Pero lo mejor son las reflexiones sobre los rivales de su sobrino. Dice: “nunca he entendido que la rivalidad debiera traspasar los límites del campo de juego, ni he considerado a ningún rival como enemigo”. Y añade: “vivimos en una sociedad en la que el fanatismo dominante en política sobre todo, pero en el resto de ámbitos también, nos lleva a dar sólo por bueno nuestro punto de vista; y a despreciar, infravalorar, y hasta odiar, al que piensa o siente distinto de nosotros”. Y concluye: “creo que nos haría bien empezar a moderar nuestras pasiones”.

No puedo estar más de acuerdo con Toni Nadal; no puedo estar más de acuerdo. Por dos motivos: porque la gente que chapotea en la inquina, en regodearse en las desgracias ajenas, no sabe lo que se pierde evitándolo; y porque además un país que haga de estas prácticas una especie de deporte nacional es un país enfermo.

Así que creo que necesitamos las dos cosas: medicamentos y espíritu olímpico, como el de Toni Nadal. O acabaremos como un “reality show” de la peor estofa. Aunque bien mirado, igual es que ya estamos ahí.

 
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