I'm sorry

Madrid

No sé si lo han pensado alguna vez, pero disculparse es algo que no todo el mundo sabe hacer. Y sin embargo, pedir disculpas cuando se tiene conciencia de haber metido la pata o de haber ofendido a alguien es un gesto muy positivo, muy sano para quien lo realiza, y también para quien lo recibe.

Bueno, pues en las últimas 24 horas hemos asistido –en el terreno político– a dos disculpas: una del republicano, Joan Tardá, que había llamado fachas a los socialistas catalanes; y otra de la socialista Adriana García Lastra, que identificó como falangista a Albert rivera, por la vía de hacer un juego de palabras con el nombre del fundador de Falange, con José Antonio Primo de Rivera. Me parece muy bien las dos disculpas, además en el caso de Tardá suenan especialmente sinceras, se le nota compungido. Pero, si me permiten la pregunta: ¿no sería mejor pensar un poquito las cosas antes de lanzar el carro por el pedregal?

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Ya no recuerdo si fue primero el huevo o la gallina, pero el territorio político, que es el territorio de las ideas, del debate, de la discusión ese terreno se ha embarrado de tal manera que en ocasiones resulta nauseabundo. Y muy poco práctico, además. Porque a base de exagerar expresiones, de montar numeritos en el congreso, de instalarse en el insulto y la descalificación, de hablar de nazis, fachas, franquistas, golpistas, traidores, antipatriotas, gentuza. Eso ya no es un debate, eso no sirve para nada: es ruido; se parece más a un programa de cotilleos en la tele donde se zurran la badana sin compasión.

Pero no creo que ese sea el camino para conectar más a los ciudadanos con la política. No, porque a los más hooligans les puede enganchar pero también expulsa a otras muchas personas. Resumiendo: ¿por qué no se ponen las pilas, bajan el diapasón y se ahorran unas cuantas disculpas? por lo demás, si se trata de ver la tele siempre nos quedarán los documentales de la 2 o “Tabú” de Jon Sistiaga. Por citar sólo dos ejemplos.