Repensar las ciudades
Charlamos con uno de los más respetados urbanistas del momento, Deyan Sudjic
Madrid
¿Qué desafíos afrontan hoy las grandes ciudades? ¿Cuál es el modelo de ciudad ideal? ¿Nuestras urbes están más preocupadas por la imagen de desarrollo que proyectan que por su funcionalidad? Deyan Sudjic (Londres, 1952), actual director del Museo de Diseño de Londres, trata de responder en su último libro, El lenguaje de las ciudades (editorial Ariel), a estas y otras cuestiones.
Las ciudades son entes vivos, están hechas de personas y edificios pero son algo más que una mera aglomeración de esas personas y esos edificios. Elementos como el clima, la topografía o la diversidad cultural también forman parte de su personalidad y, cada uno de esos ingredientes, la convierten en algo especial haciendo que cada metrópoli se viva y se sienta de manera única. “Lo apasionante es que todos estos elementos no siempre producen los mismos resultados. Muchas ciudades tienen un río, pero el Sena es único, parte esencial de lo que hace París distinta de Berlín. Hong Kong es una ciudad comercial, y también Dubái, y Hamburgo, pero son ellas mismas, inconfundibles. Cada ciudad es una experiencia única”, explica el urbanista.
En 1950 dos terceras partes de los seres humanos vivían en zonas rurales. Actualmente hay casi 500 ciudades con un millón de habitantes o más, veintisiete tienen más de 10 millones y doce de ellas más de 20 (Tokio, la mayor área urbana del planeta, tiene 35 millones). Se prevé que en 2050 el 70% de los habitantes de la Tierra habiten en megaciudades. Con estas cifras, ¿es lógico pretender mantener los niveles actuales de urbanización? Para Sudjic “las ciudades son el artefacto más grande de todos los tiempos” pero, en esa enloquecida fiebre por crecer más y más, el reto está en construir urbes sostenibles, que no fomenten desigualdades porque el crecimiento no podrá prolongarse mucho más tiempo dadas las limitaciones energéticas y climáticas que tenemos.
En La arquitectura del poder (Ariel, 2007), otro de sus rompedores libros, indaga en la obsesión arquitectónica de presidentes, alcaldes, magnates y otros personajes. Una mirada ácida sobre la arquitectura convertida en consorte del poder y sobre las relaciones entre los arquitectos y los poderosos a lo largo del siglo XX. La arquitectura de los grandes edificios se propaga por todas partes haciendo del urbanismo algo, muchas veces, inservible: “Las ciudades que funcionan no son las que se dedican solo a construir imponentes museos y rascacielos sino las que cuidan a sus ciudadanos, las que se llenan de la energía creativa de sus habitantes. No hay que mirar cuántos edificios nuevos se construyen sino su tasa de ocupación. A los políticos les encantan las grúas, a veces de modo patológico”.
El lenguaje de las ciudades
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