Que Dios les perdone... O no
La historia se repite; ha vuelto a ocurrir, ahora en Chile, y de nuevo con una comunidad religiosa en el centro del escándalo
Madrid
Meter la porquería debajo de la alfombra no suele ser una decisión ni acertada ni honesta. No sólo porque tarde o temprano esa porquería acaba rebosando –y se descubre-, sino porque además alguien puede salir perjudicado.
Pero no hay manera, la historia se repite; ha vuelto a ocurrir, ahora en Chile, y de nuevo con una comunidad religiosa en el centro del escándalo, en este caso los maristas. Es lo mismo que ya se destapó hace un par de años en un colegio de Barcelona: abusos sexuales cometidos por religiosos –alguno de origen español- sobre decenas de alumnos y ocultados –cuando no amparados- por sus superiores.
Un periodista catalán, Guillem Sánchez, que ya ganó el premio Ortega y Gasset por esa investigación en Barcelona, lleva tres días publicando en El Periódico detalles de lo ocurrido en Chile y el relato vuelve a ser estremecedor. Cómo utilizaban los abusadores su posición de poder, las tretas, las argucias que empleaban con los niños, con qué impunidad actuaban, el miedo que atenazaba a los chavales y el silencio, vergonzoso y cómplice ante cualquier amago de denuncia. Vamos, como que el principal sospechoso, el gran abusador con casi una veintena de víctimas, es un hermano marista que ha estado ejerciendo durante cuarenta años.
La única diferencia –y no es poca cosa- es que en Chile los maristas sí han decidido investigar a fondo, y han creado incluso una comisión de la verdad. Pero estas historias dan tanta rabia –y tanta pena- porque es verdad que en cualquier colectivo, en cualquier grupo, ya sea una orden religiosa, una empresa, un club deportivo… puede haber gente despreciable, pero ampararles, protegerles, hacer la vista gorda ante los abusos a los más débiles… Eso ya no es meter la mierda debajo de la alfombra; es convertirse directamente en una mierda. Y eso la Iglesia se lo tendría que hacer mirar.