A contracorriente
Aunque a veces nos parezca increíble, todavía se puede decir y hacer lo que uno piensa
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Madrid
Se está poniendo cada vez más difícil nadar a contracorriente. Sale muy caro, cuesta un montón y hay que echarle muchas ganas. Por eso creo que –más allá de si se está o no de acuerdo- tiene valor contar historias de gente que lo hace; o que lo intenta. Y hoy tenemos dos casos que me parecen muy interesantes.
El primero es el de un escritor de éxito que decide abandonar Twitter pese a contar con decenas de miles de seguidores. Lorenzo Silva lo cuenta hoy en un extenso artículo en el diario El Mundo y da un argumento tan básico como contundente: Que no le sale a cuenta. Que el tiempo que invierte, las distracciones que le produce y también algún berrinche por la caterva de animales que pastan por la red, ha llegado a la conclusión de que no le compensan. Pero tampoco hace sangre, no monta ningún drama, ni presume de héore; simplemente se apea de una tribuna, de una plataforma por la que muchísima gente suspira, e incluso pagaría dinero por tener.
El segundo caso, este nos llega de Francia, es el de un grupo de mujeres –artistas, intelectuales- que en pleno tsunami de denuncias contra el acoso, el machismo, los abusos… salen y dicen: Sí, sí, todo eso está muy mal, debemos combatirlo, pero cuidado con no caer en el puritanismo y en una especie de nueva dictadura sobre lo que deben decir o pensar las mujeres. No sólo eso, las firmantes –entre las que se encuentra, por ejemplo, la actriz Catherine Deneuve- también alertan sobre los perjuicios que todo eso puede acabar generando en la producción cultural.
Son dos historias muy distintas –ya lo sé- pero yo les veo un nexo común: Aunque a veces nos parezca increíble, todavía se puede decir y hacer lo que uno piensa.