'Verano 1993', la sorpresa del año

Madrid

Sin artificios, Carla Simón cuenta una historia autobiográfica, la de su Verano 1993. Con solo seis años su madre acababa de morir por culpa del SIDA y su padre ya había muerto un poco antes. Así que tuvo que mudarse de Barcelona al campo con sus tíos. "La historia iba de cómo aprender a gestionar las emociones. Para mi era muy importante contar la historia desde el punto de vista de la niña, pero es verdad que al final la historia me llevó a ver el punto de vista del resto de personajes, que son mi familia", decía la directora catalana.

Verano 1993 es una opera prima que se ha convertido en una de las películas del año gracias a la naturalidad, realismo y delicadeza con la que esta directora de 31 años retrata el duelo de una niña, su propio duelo. Estamos ante uno de esos casos donde lo individual trasciende a sentimientos universales. La cámara se agacha a la altura de las dos niñas, Frida y su prima, que van contándonos a través de sus juegos cómo han cambiado sus vidas.

A Carla Simón le debemos que evite lo sentimentaloide, los subrayados y tópicos y la sensibilidad con la que trata temas tan difíciles como la muerte de los padres o el SIDA, tema tabú. "Yo no supe que mis padres habían muerto de SIDA hasta que tuve doce años, asiq ue sabía que esa palabra no podía aparecer si contábamos la historia desde el punto de vista de la niña, así que teníamos que buscar cómo contarlo porque esto tenía que estar presente".

Destaca la generosidad de los actores adultos, Bruna Cusí y David Verdaguer, los nuevos padres de las niñas, que dejan todo el protagonismo a las protagonistas infantiles, Laia Artigas y Paula Robles. Cuenta la directora que es una película en proceso, que el guion nunca lo leyeron las niñas y que los adultos fueron improvisando.