Sedúceme
Dice la Tana que la seducción no sabe de engaños y quizás tenga razón…
Madrid
No sabría decir quién pudo enseñarme a mí a seducir, si es que alguien me enseñó a hacerlo, que imagino que sí. Quiero creer que me fijé en aquellas personas que me habían seducido antes. Debieron de enseñarme a intentar sacarle partido a mis virtudes y asumir mis defectos. Quiero creer que aprendí a reírme de mí misma. Que me enseñaron a perdonar los errores ajenos. Me gusta admitir que no dejarán nunca de conquistarme porque eso querrá decir que merece la pena intentarlo conmigo.
El primer chico que me sedujo utilizó la luna de agosto y las hogueras de playa para hacerme creer que hasta las estrellas amparaban nuestro idilio. Terminamos sobre la arena buscándonos los huecos, besándonos hasta en las corvas. La primera mujer que me explotó en el alma subió de dos en dos los escalones que nos llevaron hasta una cama y jamás dejó que hubiera herida por la que se escaparan las ganas de comernos el alma. Dicen los señores de la Real Academia de la Lengua que seducir es persuadir a alguien con argucias o halagos para algo, frecuentemente malo. Siempre han querido verle un lado tenebroso a todo esto que tanto me gusta. A este juego que establezco con mis amantes y que mis amantes pergeñan conmigo. Dejándonos convencer enseñándonos lo que no sabemos. Arropándonos cuando tenemos frío, abanicándonos cuando sudamos, acariciándonos todo el rato porque el roce de piel ajena siempre es beneficioso para la salud.
Quizás aprendí que seducir no era engañar sino mostrar. Dejarse ver y explicar quién quieres ser. Sedúceme contándome al oído historias bonitas que podamos hacer realidad. Que así es más que probable que esta historia sea de las de verdad.