Un despertar traumático
En un par de días todo ha vuelto a ocurrir y a fracturarse en el escenario catalán
Madrid
Al dejar que durmiera el tiempo y que pasaran los meses sin que en ellos pasara nada, la política proyectó la imagen de que lo peor había pasado. Era un espejismo, alimentado en que al fin aparecían noticias más allá del procés y las agencias de calificación confiaban de nuevo en la economía española. Cataluña alargaba los plazos sin formar Govern y el Gobierno, que trató de aliarse con el tiempo para que disipara los problemas, empezó a pensar en los presupuestos. Tanto, que incluso los enviará al Congreso sin tener cerrados los apoyos que necesita. Quizá que la estrategia fuera adormecerlo todo explica que el despertar resulte ahora tan estruendoso y traumático, con nuevas encarcelaciones y fugas, manifestaciones y un escenario jurídico y político tan complicado como el emocional, que, en esta crisis, conviene tener tan en cuenta como los demás.
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En un par de días ha vuelto a ocurrir todo. Y a romperse. Esquerra Republicana y Junts per Catalunya –dividido entre los partidarios de Puigdemont y el PdeCAT– retaron a la CUP a sumarse a una investidura contra el reloj. La prisa les cegó. La CUP fracturó el bloque independentista y llegó a decir que se situaba en la oposición. Como si hubiera gobierno. Sin que le invistieran, sin que le aplaudieran, sin que él mismo llegara a reconocerse en el discurso que pronunció, Jordi Turull acudió al Tribunal Supremo para escuchar una decisión que, en realidad, ya esperaba. Igual que los demás. De ahí la fuga de Marta Rovira. “Hay cierto aire de descomposición”, reconoció un diputado catalán tras la investidura frustrada. Bastaba con ver las caras en el pleno del jueves, sin la épica de las otras veces, preludio de las caras que se vieron el viernes a las puertas del Supremo. Todo ha vuelto a pasar y a romperse, por mucho que todo se viera venir.
En un par de días han cambiado las cosas que no cambiaron en meses y se han fijado coordenadas nuevas. La primera, como tanto se ha repetido, es que hay un límite de tiempo y los partidos tienen dos meses para evitar nuevas elecciones. La segunda es la fractura independentista, que fue incapaz de investir a un president y por la que el president del Parlament, Roger Torrent, emplazó ayer, de forma insólita, a un “frente unitario”. La tercera es la constatación de que los tiempos de la justicia no acompañan a los de la política, estancada en la parálisis. Es conocido que Rajoy quiere levantar el 155 –es menos conocido si también lo quiere todo su partido o Ciudadanos–, aunque el presidente del Gobierno rechazó entrevistarse con Torrent mientras recibía en la Moncloa a representantes de Societat Civil Catalana. Emerge también el debate jurídico sobre si es rebelión el delito por el que había que procesar a los exconsellers encarcelados. Lo resolverá en el juicio el propio Tribunal Supremo.
Por último, existe otra coordenada significativa, que es la calle. En las últimas semanas, la división soberanista había alcanzado a sus asociaciones, que fueron el motor de todas las protestas y que llegaron a marcar la agenda a los sucesivos gobiernos de la Generalitat. L’Assemblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural mostraban estrategias distintas pero, con los últimos encarcelamientos, corrieron para abandonar sus diferencias. Ocurre que, en las calles, quienes articularon antes las movilizaciones fueron los llamados Comités de Defensa de la República, ligados en muchos casos a la CUP y que aseguran promover acciones “pacíficas pero contundentes”. Se han vuelto a mezclar los tempos judiciales y los políticos con los estados de ánimo. Hay coordenadas nuevas pero las sensaciones son conocidas: abatimiento y hartazgo. Un despertar traumático. Quién podría decir cómo se sale de una espiral que no cesa.