Spielberg pierde la oportunidad de definir el siglo XXI
El director vuelve a la ciencia ficción con la adaptación de 'Ready Player One', adaptación de la cinta de ciencia ficción que dirige con energía y poderío visual, pero que se queda en la superficie del análisis de la tecnología y la realidad virtual
La Script: Spielberg pierde la oportunidad de definir el siglo XXI (30/03/2018)
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Madrid
Ready Player One es el regreso a la ciencia ficción de Steven Spielberg con esta película basada en el libro de Ernest Cline. Ambientada en el año 2045, habla de un sombrío mundo enganchado a un juego de realidad virtual creado por un excéntrico millonario que acaba de morir y donde un grupo de adolescentes trata de jugar al juego para ser los herederos y controlar el juego. Está protagonizada por Tye Sheridan (al que vimos en Mud), Olivia Cooke, y Mark Ryance.
¿Qué es lo que ha hecho a Spielberg hacer una película homenaje a los años 80 y a la realidad virtual? Lo explicaba así en el Comicon de San Diego ante miles de fans: "Lo que me hizo contar esta historia fue crear el mundo en el que la gente va a vivir en el año 2045. La gente abandonará definitivamente el campo, será un mundo distopico, y la realidad virtual será la única posibilidad de hacer lo que quieras, todo lo que puedas imaginar. Esos trajes que describimos y que todavía no están comercializados te darán los estímulos reales, el tacto, la sensualidad. Esa interacción entre vida real y virtual que plantea el tercer acto de nuestra película todavía no existe, por eso decidí hacerla".
La curiosidad estaba en si dejaría la dimensión política de la novela original en su versión de Ready Player One. La respuesta es que, aunque apunta muchos de los temas del libro de Cline, no profundiza ni realiza una lectura crítica. Por ejemplo, con los peligros de la tecnología, su poder de aislar a las personas, unas de otras. En la cinta vemos como los protagonistas se ocultan tras un avatar, algo mucho más profundo en la serie Black Mirror. En el primer capítulo de la tercera temporada, la serie reflexionaba sobre cómo las redes sociales hacen que finjamos una identidad, justo lo que hacen los personajes de Spielberg cuando juegan en Oasis.
Tecnología como algo progresista, decía el filósofo Santiago Alba Rico, y esa es la puesta de Spielberg, que tímidamente habla en su película de los peligros de la vigilancia extrema que también han traído Internet y las redes sociales, con Facebook vendiendo datos de uruarios, el escándalo de la NSA, Snowden, o Assange.
La realidad virtual, en eso consiste Oasis, es el gran tema de la cinta, pero no responde a la pregunta que plantea desde el inicio. ¿Qué es real? ¿Qué es imaginado? ¿Vivimos un simulacro, como defendía el sociólogo y lingüista Baudrillard? Un tema interesante en la época de la posverdad y las fake news, que nos remite al mito de la Caverna de Platón, que ya utilizó una de las cintas más revolucionarias de la ciencia ficción: Matrix.
La primera visión que tenemos en Ready Player One es de una sociedad acabada en 2045, cuyos habitantes tienen poco que hacer, más allá de jugar a un videojuego que les ayude a evadirse de la realidad y ser mejores versiones de sí mismos. El entretenimiento como catalizador de cualquier protesta, de cualquier descontento. No es nuevo, lo inventaron los romanos, es la política de pan y circo. Ahora cambien los gladiadores por el fútbol de masas o por los programas televisivos que duran 24 horas y que hacen que durante ese tiempo no hay más que alienación de la realidad.
Por supuesto, al inicio de la historia nos da mucha pena ver cómo vive el protagonista y los de su clase, la clase trabajadora, en chabolas, sin posibilidad de salir de su situación económica. Sin embargo, lo que podría ser una crítica a un neoliberalismo salvaje, creador de grandes desigualdades, se queda en un ligero cambio, los malos se van y los buenos ocupan la jerarquía, aunque los desfavorecidos sigan igual que estaban. Es decir, estamos ante una crítica al sistema, sin cuestionar el sistema. Puro Hollywood. Puro Spielberg.
La cinta es además una defensa de la cultura pop en algo así como una revancha de los frikis frente a las élites intelectuales. Es decir, los fans, según Spielberg son los únicos que salvarán el mundo, aunque no lo cambien, tan solo ejerzan repitan la frase más performativa del cine que se la debemos a Visconti y su Gatopardo: "cambiar las cosas para que nada cambie",