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Mirando al Báltico

El Gobierno empieza a sentir temblores ante la posibilidad que la justicia alemana no apoye su tesis

Mirando al Báltico

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El problema catalán se hace cada día más surrealista: ahora nos tiene mirando al Báltico. Hemos repetido todos hasta la saciedad que la justicia no puede resolver el problema político. Y decimos menos, pero es igualmente verdad, que tampoco la política puede resolver el problema judicial. Una vez puesta en marcha la maquinaria de la justicia, no hay gran cosa que se pueda hacer para dirigir su rumbo, aunque con frecuencia se crea lo contrario. De manera que es el propio Gobierno que se sacudió el tema y lo externalizó el que se ha puesto en manos y a merced de la justicia, también internacional.

El Gobierno se sentía aplastante ganador con la acusación de rebelión contra los líderes independentistas , pero ahora empieza a sentir temblores ante la posibilidad de que el tribunal del Estado de Schleswig-Holstein no apoye su tesis. ¿Podría ocurrir? Pues no es descartable. De hecho, son bastantes los expertos que discrepan del juez Llarena y que no ven nada clara la existencia de esa violencia que justifica tal acusación.

A esa esperanza se agarra como el oxígeno que le ayuda a respirar un independentismo en pleno desconcierto que se ahoga. Tan es así que Der Spiegel, el semanario con más tirada de Europa, llegó a sospechar que Puigdemont prediseñó su propia detención en Alemania confiando en que se internacionalizara el conflicto consagrando un gran planchazo del Estado español.

Yo no sé qué pasará pero la situación es grotesca. Un problema político que durante años se prefirió no ver ha degenerado de forma lamentable hasta convertirse en insoluble. Y la vía que se eligió para resolver dicho problema, la judicial, nos tiene a todos mirando al Báltico. Porque así es. Todos. Puigdemont, los líderes encarcelados, el independentismo, Rajoy, su Gobierno... estamos colgados de la interpretación que puedan hacer las autoridades judiciales de Kiel, capital de un estado federado un poco mayor que Murcia, a 2.000 kilómetros de distancia de aquí.

Y con la política desaparecida irrumpe un activismo redentor: los comités de defensa de la república. Lamentable. Solo nos falta el somatén.

 
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