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Josep Ramoneda reflexiona sobre el caso cifuentes, la situación en Cataluña y la comunidad rohinya
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Barcelona
Los ministros portavoces acostumbran a dar la medida del estado de espíritu de los gobiernos. Y últimamente, los viernes, Méndez de Vigo comparece muy nublado. Se acumulan las malas noticias y el gobierno no es capaz de romper la inercia. Tiempos demasiado acelerados para Rajoy. Que avanza muy lentamente hacia al cese de Cifuentes. ¿Último mensaje? Son peores otras cosas que están pasando, ha dicho el presidente. Pero lo que nadie imaginaba es que el PP acabaría atrapado en el pantano catalán. Una sorpresa destinada a formar parte del catálogo de las astucias de la historia.
Oído en una reunión en Barcelona: quizás llevaban razón los que decían que Rajoy tenía que haber aplicado el artículo 155 mucho antes, cuando el 9-N. Nos hubiésemos ahorrado los episodios judiciales. Una intervención política se puede retirar y negociar. Unos procedimientos judiciales son muy complicados de detener. Y mientras siga el carrusel judicial, recuperar la normalidad será imposible. Hay que pensar a largo plazo. Esto va para tiempo. Para salir del atolladero, urge identificar interlocutores: personas con autoridad para sentarse a hablar primero y para imponer después decisiones que no gustaran a las bases de ninguno de los dos lados. Pero, ¿dónde están? A esta pregunta nadie encuentra respuesta.
Leo que las redes sociales han jugado un papel determinante en la propagación del discurso islamófobo del clero budista que alentó la persecución de los rohinya. A medida que se conocen más detalles de la brutal operación de limpieza étnica ejecutada por el ejército birmano en el estado de Ryné, algunos hablan ya de genocidio Y hay quien compara el rol de Facebook con el que jugó la radio de las Mil Colinas en el genocidio de Rwanda en 1994. Se ha dicho muchas veces que los cuatro genocidios del siglo XX se hicieron con la radio. Y hay quien sostiene que con la televisión, que es un medio frío, en el vocabulario de McLuhan, una figura como Hitler no habría sido posible. ¿Vuelve con las redes el poder de los medios calientes?
